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La Forja de una Vida

Podría decirse que Carmen es una mujer hecha a sí misma. A sus 86 años ha vivido una vida tan sufrida como el clima y la tierra que la vio crecer, en un pequeño pueblo situado a las puertas de La Mancha. Sabe lo que es vivir en la escasez de una cruel postguerra. Su tenaz estoicismo le sirvió en esos duros años y forjó su carácter, dejando una marca indeleble que explica su particular forma de ver el mundo. Cuando echa una mirada atrás se asombra de cómo ha podido cambiar tanto la sociedad donde vive. Es viuda desde hace 23 años y vive en la misma casa del pueblo a la que un día se mudó al casarse con mi abuelo. Carmen es menuda, de mirada vivaz y pies ágiles a pesar de los años. Es tenaz, disciplinada y afanosa. A sus pequeños ojos asoma una inteligencia innata, una sabiduría antigua que no se aprende en los libros. Sus nudosas manos aún son capaces de coser cuando la vista se lo permite y procura mantenerse activa con cualquier actividad que despierta su curiosidad de niña. Y cuando sale del pueblo echa en falta a sus amigos, pues Carmen tiene una vida social que ya quisieran muchos tener a su edad. Pero para realmente entender su idiosincrasia, es menester retroceder en el tiempo.

Cuando aún no había cumplido un año, mi madre me contó que un camión militar que pasaba por el pueblo reclutando hombres para la guerra se llevó a mi padre a luchar a Teruel – me contaba una tarde de sobremesa.

¿En qué bando luchó? – pregunté yo entonces interesado.

Pues no lo sé, pero tampoco importaba demasiado. Luchabas donde te tocaba. Mi padre nos contó después que peleaban hermanos contra hermanos e hijos contra padres. Pasó frío, hambre y muchas calamidades.

Corría el año 1938. Fue ese un crudo invierno que marcaría el devenir de la Guerra Civil Española en el frente de Teruel. Se calcula que entre 1937-1938 murieron congelados en ambos bandos hasta 15.000 combatientes. Mi bisabuelo Simón (su verdadero nombre era Tomás) no sabía leer ni escribir, pero se las arreglaba para enviar periódicamente cartas desde el frente con el apoyo de un camarada a mi bisabuela Gregoria. Y como ella tampoco sabía leer, buscaba entre las vecinas a alguien instruida que la ayudara con las lecturas. Mi bisabuelo finalmente volvió al terminar la guerra en 1939 tras casi dos años luchando en una guerra que no eligió. Regresó caminando junto a un compañero después de perder a numerosos amigos a manos del enemigo o del General Invierno. Entró en la casa cubierto de harapos porque justo antes de entrar en el pueblo, unos individuos les robaron las pocas pertenencias que tenían. Eran tiempos crueles y difíciles. Al entrar en la vivienda familiar, mi abuela se escondía y lloraba, pues no era capaz de reconocer en las facciones de ese hombre desgarbado y sin afeitar a su propio padre.

Sin embargo el fin del conflicto no supuso el final de los problemas. Carmen fue la mayor de tres hermanos que fueron naciendo sucesivamente en el humilde hogar de los Martínez. Era una casa fría y oscura, con suelo de tierra, prensada de tanto pisar encima y de paredes que había que enjalbegar periódicamente para dar mantenimiento. La vida de la familia giraba alrededor de la chimenea que hacía las veces de calefacción y cocina. En torno al fuego del hogar se sentaban en asientos de esparto y madera con gruesas mantas para mantener el mayor calor posible. Sólo disponían de una bombilla que desplazaban y colgaban de su propio cable según conveniencia para iluminar los rincones más oscuros de la casa. Y en el piso superior se encontraban las habitaciones. Eso era todo. Mi bisabuelo trabajaba por aquel entonces de sol a sol, ocupándose del cuidado de los animales en la casa de un rico del pueblo y recibía un salario de 500 pesetas al año con el que debía mantener a su familia. A pesar de una vida tan espartana, siempre se las arreglaba para alejar el hambre de su hogar. Poseía el ingenio y la maña que en tiempos de vacas flacas suelen manifestarse en personas de mente despierta. Mi bisabuela Gregoria, siempre que tenía oportunidad trabajaba en campo, ya fuera recolectando yeros, guijas con las que cocinaba gachas para la familia o bien se ganaba unas pesetas en la recolección y limpieza de la rosa del azafrán. Todas las mañanas echaba la llave de la puerta de la casa por fuera para ir a trabajar, encargando a Carmen el cuidado de sus hermanos. Pero el espíritu aventurero de los niños se despertaba una vez quedaban solos, atreviéndose a salir a la calle. La primera en cruzar la ventana era la mayor. Y si no había “moros en la costa”, su hermana Felicidad le pasaba al pequeño Jesús de dos años de edad para luego salir ella. En el momento que los labradores regresaban de faenar del campo y antes de ser sorprendidos, ingresaban rápidamente a través de la ventana en el mismo orden en el que salían. Nunca les descubrieron.

Madre, quiero ir a la escuela como mis amigas – dijo sollozando por enésima vez una Carmen de ocho años– Quiero aprender a escribir y leer.

Ya te lo he dicho mil veces, hija, tienes que cuidar de tus hermanos mientras tu padre y yo trabajamos. No puedes ir a la escuela.

Tanta fue la insistencia de la pequeña Carmen y tantas sus ganas de aprender que un buen día Gregoria se animó a llevarla a la escuela, previa visita al señor cura para que le hiciera la correspondiente “papeleta”. Sin embargo, la maestra de infantil no la aceptaba por su edad y tuvo que hablar con la profesora que instruía a niños más mayores. Su nueva maestra no estaba dispuesta a que el resto de niños se retrasara en las lecciones debido a la nueva incorporación, así que encargó a unas niñas que le enseñaran los rudimentos de la escritura y la lectura. Cuando todos en la familia se retiraban a dormir, en el silencio de la noche la pequeña Carmen se quedaba a los pies de la escalera haciendo sus deberes con la única compañía de la bombilla que prendía de una escarpia en la pared.

Al final hasta era capaz de leer mejor que mi amiga Obdulia, y eso que ya llevaba más tiempo que yo en la escuela. Estuve tres o cuatro años aprendiendo a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, hasta que mi madre me puso a servir con 12 años, primero en el pueblo y al año siguiente me mandó a una casa de ricos en Benicarló. Ya no había dinero para mantener a toda la familia. Aprendí a hacer bien la cama, a limpiar, planchar, cocinar e incluso zurcir. Hablaba con mis padres por carta todas las semanas y regresaba al pueblo una vez al año, para las fiestas o bien Navidad. Tras ocho años sirviendo en Castellón y después Barcelona, volví al pueblo.Volví porque un médico me recomendó cambiar de aires porque el agua de la costa era perjudicial para mi vesícula. Me dijo que tenía piedras del tamaño de castañas y que me haría bien regresar al pueblo. Así que dejé al novio con el que andaba por entonces y volví con mis padres. Al poco, conocí a tu abuelo y nos casamos.

Mi abuelo era un hombre hecho al campo, serio, estricto y muy trabajador. Un hombre de ideas fijas, costumbres arraigadas y verbo escaso pero irrefutable. Carmen siempre que tenía oportunidad le ayudaba en las labores del campo. Los inviernos en La Mancha Conquense son tan duros como sus gentes. Recuerda con nitidez cómo en época de recogida de la aceituna y para evitar los molestos sabañones, se calentaba las manos en los bolsillos con unos cantos calentados en la hoguera en los momentos de descanso, que eran escasos. Almorzaban gachas, torreznos, migas de pastor o potaje preparado a fuego lento la tarde del día anterior. La aceituna se recogía ordeñando el árbol rama por rama, nada de usar varas para golpear al olivo como hacían los señoritos de Andalucía, solía decir. Arpillera y espuerta. El fin de la jornada venía marcado por el ocaso, cuando las sombras se hacían más largas y el cielo se vestía con tonos rojizos y malvas.

Muchos lustros han pasado desde entonces. Los recuerdos se agolpan en la mente inquieta de Carmen y la mantienen anclada a esta vida que transcurre fugazmente. A   veces se siente sola aunque pocas veces lo verbaliza. Son muchas las personas que se han marchado a su alrededor. Su actividad y disciplina la ayudan a mantener un cuerpo ágil a pesar de los años. Ha superado recientemente un cáncer tras sufrir los estragos de una cirugía, quimioterapia y radioterapia con muy pocas secuelas, pues posee una naturaleza fuerte.

Tiene decenas de dichos y refranes para cada momento y conserva el hábito de la lectura leyendo los Evangelios. Y aunque se queja de olvidos frecuentes con algunas de sus recetas, sigue cocinando como los ángeles. Es buena confidente y consejera. Y si un día le confiesas que has tenido un roce o percance con alguien, termina su consejo con un refrán:

“Amigos ya no hay amigos,

Que el más amigo la pega,

No hay más amigo que Dios,

Y un duro en la faldriquera’’

Víctor Rojo Valencia

Facultativo Especialista en Medicina Interna

El gran reto de la Inteligencia Artificial y la Geriatría

Estamos ante una nueva revolución tecnológica que viene de la mano de la inteligencia artificial y que está irrumpiendo en nuestra sociedad y repercutiendo en el ámbito sanitario y en el de la salud de modo particular.

Términos como inteligencia artificial, machine learning, big data, algoritmo, red neuronal o red profunda entre otros, van a formar parte de nuestro nuevo lenguaje. Así pues, los profesionales sanitarios van a tener que reciclar sus conocimientos en este contexto y prepararse para el uso de nuevas herramientas de inteligencia artificial aplicadas al mundo sanitario. Pasemos a conocer los conceptos básicos de inteligencia artificial que vamos a tener que integrar.

La inteligencia artificial es aquella que imita las funciones cognitivas del ser humano. Hoy por hoy, la mayoría de los algoritmos disponibles en la práctica clínica pertenecen a la inteligencia artificial débil, que responde a preguntas muy concretas.

El término big data es el conjunto o combinaciones de datos almacenados, siendo la ciencia de datos el campo interdisciplinario que permite que los mismos pueden ser analizados para extraer conocimiento.

La ciencia de datos junto a los big data enlazarían con el concepto de Machine Learning  o aprendizaje automático, que realiza de una manera eficiente la captura del conocimiento para mejorar de modo gradual el rendimiento de modelos predictivos y tomar decisiones en base a dichos datos, sin necesidad de programarlos. El aprendizaje automático está en en el corazón de la inteligencia artificial.

El conocido algoritmo de la inteligencia artificial involucra un modelo matemático que resume las propiedades de los datos con un objetivo que puede ser diagnóstico, predictivo o prescriptivo. La red neuronal sería un tipo de algoritmo de machine learning más complejo y su nivel superior denominado red neuronal profunda o deep learning reúne múltiples redes neuronales con un alto nivel de abstracción de datos.

El llamado internet de las cosas médicas es otro concepto que ya está en nuestro entorno y que implica la interacción de dispositivos móviles de monitorización de datos médicos en la red en tiempo real.

En cuanto a los algoritmos disponibles en la práctica clínica, los de mayor impacto están en el ámbito del diagnóstico por imagen y en cardiología, y van apareciendo algoritmos específicos que ayudan a la codificación clínica y al procesamiento de historias clínicas.

En geriatría, a la espera de la creación de nuevas herramientas, los algoritmos disponibles que podrían contribuir a nuestra práctica clínica, son el existente en diagnóstico de Alzheimer de modo precoz con datos proteómicos de plasma y líquido cefalorraquídeo y el algoritmo de diagnóstico de depresión por entrevista.

Respecto al campo del Internet de las cosas médicas disponemos de pastilleros inteligentes con numerosos estudios científicos, los dispositivos de detección de caídas y el proyecto ACTIVAGE se involucra en herramientas orientadas al envejecimiento activo.

Sobre la interacción, utilidad y futuro de la Inteligencia Artificial y el mundo sanitario he charlado con el Dr. Juan Manuel Pikatza, experto en este campo y colaborador con diversas entidades científicas involucradas en la aplicación de herramientas informáticas en las decisiones médicas. Respecto a las ya existentes guías de práctica clínica reconocidas por el Sistema Nacional de Salud, la recomendación apunta a que “Todas las guías deban incluir un algoritmo y un resumen de recomendaciones, e incluso facilitar la elaboración de herramientas electrónicas.” La conversión de las guías médicas en algoritmos de inteligencia artificial que ayuden a la toma de decisiones médicas es un reto de gran complejidad según el Dr. Pikatza, y exigiría un esfuerzo ingente con una colaboración estrecha entre expertos técnicos informáticos y profesionales sanitarios pero que aportaría seguramente un avance potencial en el avance del conocimiento médico (ver Fig. 1 y 2).

Probablemente y gracias al Machine Learning se ofrezcan nuevas soluciones a problemas médicos, pero siempre contando con la interpretación crítica del médico. Por otro lado, y tal y como aclara el Dr. Pikatza, las regulaciones a nivel europeo son muy estrictas y se están adelantando a este desafío de modo que cada algoritmo aplicado a las decisiones clínicas sea seguro y riguroso y garantice la seguridad del paciente.

Fig. 1 y 2. Conocimiento científico en Medicina e integración en Inteligencia Artificial: perspectiva del sanitario y del ingeniero informático (cortesía del Dr. Pikatza).

Parece que la visión multidisciplinar del geriatra, tan acostumbrado a situaciones complejas de enfermedad en el anciano, seguirá siendo clave e insustituible en el avance de la Inteligencia Artificial en el campo sanitario y debería estar presente en la creación de los potenciales algoritmos de decisión clínica en el paciente mayor.

Esperemos que la Inteligencia Artificial nos facilite la investigación y tarea asistencial en Geriatría, ante el hecho indiscutible del envejecimiento poblacional y del reto sanitario que supone.

Nota: agradecimiento al Dr. Pikatza de la UPV por su ayuda, y a la luz aportada por el Manual práctico de inteligencia artificial en entornos sanitarios de Juan José Beunza Nuin & Julo Bonis Sanz & Enrique Puertas Sanz & Borja Rodríguez Vila & Emilia Condés Moreno.

De Mª Concepción Vecino Vecino, médico geriatra en el hospital de Eibar (Gipuzkoa).

«The father»

El padre (The Father) - Cineuropa

Si bien ha generado multitud de diferentes opiniones, con sus más y menos aciertos, lo que es cierto es que “The father” no deja indiferente al espectador. Dirigido por Florian Zeller, este drama británico narra de un modo verdaderamente auténtico la historia de una persona mayor, encarnada por el maestro Anthony Hopkins, que ha comenzado la cruda realidad de la pérdida de su memoria.

Lo realmente bello de esta obra, más allá del indudable “papelón” de su actor principal, es su enfoque, que no es otro que el de la persona que está viviendo el inicio de la enfermedad en primera persona. Así, el montaje de este film hace que, de principio a fin, estemos tan perdidos y angustiados como el propio protagonista.

Anthony es un anciano al que su hija Anne intenta convencer para que contrate a una asistenta que le ayude con las tareas del hogar antes de mudarse a París, pero como ocurre en la vida misma, el padre rechaza la idea ya que «puede valerse por sí mismo, por supuesto». La preocupación de Anne por su padre va en aumento a medida que este comienza a sufrir cada vez más despistes e ideas de robo y perjuicio, llegando a agredir verbalmente a su hija. La fina línea entre la realidad y la ficción en la mente del artista hace que la película se torne confusa y un tanto laberíntica, lo que para mí la hace realmente dinámica y original.

Otro aspecto que no me gustaría pasar por alto es la crítica que su autor hace del maltrato a las personas mayores. Me resultó realmente conmovedor y estremecedor. Se trata de la escena en la que el novio de Anne agrede físicamente a Anthony y la baja credulidad que su hija le otorga al ser considerado un “demente” que “no sabe lo que dice”. Invita, sin lugar a dudas, a una profunda reflexión.

Finalmente, la película, que es rodada casi por completo en el interior de la casa de “el padre”, acaba en la habitación de una residencia, un lugar cargado de tristeza y desamparo, un sitio lleno de frustración.

Sin lugar a dudas, una fuerte recomendación para tod@s aquell@s que no la han visto todavía. Nutre la conciencia e incita al alma. Por favor, no se nos olvide que las personas mayores con y sin demencia, y especialmente con demencia, siguen siendo eso, personas.

Isabel Tornero

Médico geriatra

Lo que la vista se dejó por Irene García @FisioIres

Solo Oscar sabe las versiones que hay de esta entrada. Nunca pensé que la definitiva sería la que están a punto de leer. 

Puedo equivocarme sobre el sitio desde donde están leyendo esto. Algunos (un millón de gracias por todo) saliendo de un maratón de tantísimas horas en residencias, hospitales… Otros, quizá, ya en casa. ¿Puede que en el baño? Debo reconocer que es una de mi salas de lectura favorita.

Pero casi podría poner la mano en el fuego y no me quemaría a que sé donde están los protagonistas de esta historia. Confinados, en casa. Sin poder salir. Salvándose y salvándonos en cierta forma. Y tampoco me equivocaría si digo que como yo, como tantos, pero a otra escala, un día como hoy sienten tristeza, impotencia, nostalgia y ¿por que no? un filo de esperanza sabiendo que un día como hoy, tan especial, Sant Jordi, el día del libro, se pospondrá y, si todo va bien, si los que nos tenemos que quedar en casa lo hacemos, verá la luz y el Sol en pleno verano.

Esta historia empezó a finales de octubre del 2019. Como buena (pseudo)-escritora antes de presentar algún texto o colgarlo en la infinita red tiro de lectores zero. Y como ¿buena? fisioterapeuta leo, atentos, leo mis textos a mis pacientes mayores más leídos (y son muchos) porque tienen una crítica muy rica.

Como veis el tema este me viene de lejos

No fuí consciente que yo era la que leía los textos a varios hasta el día que hablando con L. sobre si compraría mi novela el día que me decidiera a acabarla y publicarla me dijo lo siguiente:

  • Yo la compraré, pero no la podré leer.

Y el día que le envié el borrador a C. y me dijo:

  • ¿Me la puedes mandar con letra más grande?

Y la amplifiqué hasta 3 veces. Fue entonces cuando recordé que cuando les ofrecía los microtextos me decían aquello de:

  • Léemelo tú, por favor.

Alarma clara que pasé por alto.

Con una idea ya calada dentro empecé a investigar entre mis pacientes y me sorprendió (entristeció) cuantos habían dejado de leer, progresivamente, casi sin verlo venir, porque no eran capaces de ver la letra.

Llegado este punto puede que ya estén pensando ustedes en audiolibros, libros digitales, lupas…

Les entiendo. Yo sí. Y seguramente la brecha digital generacional actual se irá reduciendo década a década. Es más, algunos de la generación de oro actual ya han roto con ella pero obviar que la mayoría no forman parte de ello me parecería negar una realidad.

Hemos asociado el papel, el libro, a un romanticismo del que yo también estoy impregnada. 

E imaginándome a mi misma leyendo un último libro de papel me puse a buscar una solución que de hecho, ya estaba inventada.

Me puse en contacto con una primera editorial que me prendió la mecha para matizar la solución Quaderns Crema. Por mensaje directo el/la community manager se leyó un conjunto de frases filosóficas, que no medité, sobre mi preocupación por el día final de la lectura y… ¡me contestó! Compartía mi preocupación y me abrió una puerta, los libros con letra más grande.

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El tamaño de la letra sí que importa

Está editorial tiene dos colecciones con la letra un poco más grande de lo habitual, Mínima minor y Cuadernos Acantilado. 

Si bien son un poco más grandes y para algunos abrirá la puerta a volver a leer aún era insuficiente para L.

Así pues, me dispuse a preguntar a todas las editoriales que encontré y, Edicions 62 me dió la clave.

Esta editorial tiene una colección llamada Lectura +, y ¡vaya si es plus! 

Pedí prestado el libro en la biblioteca y se lo llevé a L. De la lista de libros que se podían disponer en Lectura + le apetecía romper la sequía leyendo Pa negre. Mientras llegaba de otra biblioteca le llevé El Guardián entre el Centeno.

Y, así, leyendo a J.D.Salinger y ruborizándose (que a la vez le hacía gracia) con las blasfemias que su tinta, L. retomó la lectura después de años sin leer. 

  • Hola L. ¿Como va el confinamiento?
  • ¡Irene! Hago ejercicio y estoy acabando  el Viejo y el Mar.

A día de hoy lleva leídos 3 libros. 

Con un libro, el confinamiento aislada del mundo, de los tuyos, pasa mejor.

Durante algunas tardes con una de las bibliotecarias de la Biblioteca de Cassà estuvimos buscando libros de letra más grande y finalmente encontró un listado de libros, algunos ya perdidos. Empezamos a pedir libros, y más libros, que aparecían como lectura letra grande, extra… Llegaron algunos títulos que eran libros de para niños y otros donde la letra no era mayor que la usada actualmente en la mayoría pero estos de aquí sí son libros con letra grande.

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Tiene coherencia la escasez de este tipo de libros. Mayor letra, mayor número de páginas, mayor precio. 

Pero ahí están algunos. Y son para algunas personas oro. 

  • Mi madre ya no lee.

Yo a día de hoy le invitaría a preguntarle por qué.

Y si es porque no ve la letra puede invitarla a romper la brecha digital y si no le apetece, regalarle una nueva oportunidad de papel de vivir una aventura.

Pregunte en su biblioteca, si no lo tienen pueden traérselo y algunas dan el servicio de préstamo de libros a domicilio (antes del confinamiento). O resérvelo ahora para después de este encierro. O acuérdese de esta entrada este Sant Jordi pospuesto y caluroso. 

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No quiero acabar sin mi agradecimiento a todas las personas que durante meses han puesto su granito de arena en este artículo:

Mil gracias a las editoriales que me contestaron/ayudaron a encontrar la fórmula correcta:

Quaderns Crema

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@PagesEditors

@Raig_Verd

Soy conciente del mal momento que estáis pasando, sobretodo las más jovenes, ¡mucha fuerza!

Mil gracias a las bibliotecarias de labiblioteca de Cassà de la Selva por el apoyo y su importante tarea de búsqueda.

Y sobre todo a L., a C., a T., a M,… a tantas personas detrás de estas letras, que echo de menos, no solo como fisio, sino como yo, Irene.

 

Irene García

Anciano en pena por Alfonso Vidal

Como última recomendación #geriatriacultural es todo un honor tener a todo un referente de las redes como es el dr Alfonso Vidal, más conocido como @DrAlfonsoVidal, que con su blog #ElBlogdelDolor y su colaboración habitual en @Consalud_es nos intenta enseñar no sólo cosas sobre su especialidad, como es el dolor, sino que también nos enseña lo que es la vida, como tan bien podéis comprobar en esta entrada. 

Anciano en pena

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“Anciano en pena (en las puertas de la eternidad)”
Vicent Van Gogh, 1890.
Museo: Kröller-Müller, Otterlo (Países Bajos)

El final de la vida corporal, mental, social, son vertientes del final de la existencia y cualquier reflexión posible estará condicionada por nuestra biografía y contexto cultural, invitándonos a múltiples conjeturas. Para algunas personas se tratará de acabar la ruta y para otras representará solo descansar antes de abrirse a nuevas oportunidades. Estas últimas se confortarán al iniciar la eternidad.

La eternidad, ese insondable acantilado al que ninguno queremos asomarnos, bien por prudencia, bien por vértigo, es al que la humanidad se ve abocada cuando llega a edades provectas en que debería tomarse todo con calma.

La vida es como una cordillera…plagada de picos y una vez que los has sorteado todos, sólo te queda disfrutar del descenso. Quienes saben de escalada suelen decir que puede ser tan difícil o incluso más esta etapa por lo descontrolado de la inercia. La mente diseña un rumbo, pero las capacidades establecen penosos límites. La autonomía personal se va perdiendo y sólo se mantiene su eficacia para actividades más sencillas.

En el caso biológico todo dependerá del acopio de fuerzas hecho en fases anteriores, pero a nadie se le escapa que perdemos fuerza e interés, diluimos energías que un día nos hicieron sentir potentes y vigorosos, dejamos de ser un poco aquello que fuimos, más, sin perder la identidad.

Se mantienen ciertos rasgos y sí, en ocasiones, sólo se conserva una penosa caricatura. Precisamente fue el pintor alemán del Renacimiento Hans Baldung Grien uno de los que mejor inmortalizaron en óleo los cambios de aspecto consecuencia de la edad, mostrando figuras casi grotescas.

Se otea el horizonte desde esta nueva vertiente, ya sin preocupaciones laborales, sin estreses de horarios de entrada y salida, sin agobios profesionales de éxitos/fracasos, sin la tensión del funambulista…También se pierde mordiente, agresividad a la hora de afrontar nuevos retos, y eso paulatinamente conduce a la desconexión de la realidad. Se dejan por el camino referentes y relaciones sociales, y personas que han compartido vidas y senderos se ven separadas dejando al desnudo soledades.

En la obra de Vincent Van Gogh elegida para la ocasión se puede palpar el miedo. Tal vez haya pánico e incertidumbre ante la eternidad. Tal vez solo refleje impotencia. Finalmente, los puños en la frente no sujetan pensamientos, sólo impiden verter lágrimas liberadoras.

En 1890, fecha de la que data la obra, la falta de certezas era aún mayor, máxime para un pintor que pasaba una crisis aguda en sus últimos días de vida, en que le diagnosticaron “manía aguda con delirio generalizado”. A veces pensamos que sólo los pacientes o modelos son los afectados, y muchas veces los pintores o médicos también lo somos.

Pese a semejante trastorno (que hoy día cuestionarían los colegas psiquiatras), el autor pintó de memoria a un veterano de guerra que enterraba la cabeza entre sus manos, quién sabe si intuyendo el final de sus días o recordando el final que causó a otros que no le concedieron su perdón.

Por suerte esta melancolía antaño vinculada a la senectud es hoy más un atavismo o un tópico que una realidad, porque el estudio y atención de nuestros adultos mayores está cada vez más presente en una sociedad progresivamente más envejecida y que poco a poco está aprendiendo a dar vida a los años, en vez de empeñarse alocadamente en su inversa.

La esperanza de vida cada vez es mayor, la longevidad es una realidad que posterga decisiones finales y tremendistas, pero hay que conservar el espíritu vivo y estar dispuesto, al tiempo que las diferentes especialidades trabajan con denuedo por prolongar nuestras carnes.

El desvelo no termina por más plateadas que tengamos las sienes, por más surcos que horaden nuestra frente. No dejar para mañana lo que puedas vivir hoy ni dejar de decir lo que debas decir.

Es la actitud ante la vida y la muerte la que podrá hacer más llevadero el ocaso que anuncian las arrugas, encontrando el sentido de la vida y saliendo con ventura del balance, lo que convertirá cada día en un regalo, una tregua ante la adversidad, un desaire a la muerte.

Dr. Alfonso Vidal

Director unidad del dolor

Hospital La Luz y hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón

Profesor del dolor Universidad Complutense Madrid

Feliz Navidad

Un año más que llegan estas fechas en el que es casi obligado hacer un «especial». Y es que la Navidad al igual que el verano son fechas, por un motivo u otro que invitan a la reflexión y a pensar. Así que este año volvemos con una #preguntamaliosaNavideña, al igual que otros años.

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#GeriatriaCultural una recomendación de salud

Hoy toca #GeriatriaCultural. Este es el apartado más difícil de realizar de todos. Y es que no es fácil conseguir a una persona que colabore. Por eso daré mil gracias a mis compis como Liane o Silvia, o a mis “amistades tuiteras”, como @fonenvillamocos o @daperezm, que me facilitaron el camino, pero también de los muchos otros que han colaborado desinteresadamente.

Pero hoy quería hablaros de porque pienso seguir con este apartado. Y es que ya tengo una razón científica. Y es que acaban de salir dos estudios en relación con este tema.

El primero recién publicado en el “Alzheimer’s Dementia” trata sobre la importancia de las actividades recreacionales, deportivas y culturales. Para ello han seguido a unas 2600 personas alrededor de 11 años. Al principio miraron no sólo aspectos clínicos, como la exploración física, sino que también miraron las relaciones sociales y las actividades que realizaba cada persona. Por actividades no sólo era si hacían ejercicio, como caminar o hacer deporte, incluyendo al golf como deporte. Sino que también miraban todo tipo de actividad. Desde coger moras, la jardinería, leer libros, jugar a las cartas, tocar u oir música, pintar, usar internet, ir al cine, a museos o a exposiciones de arte, ser voluntario, bailar… Valía hasta jugar al bingo. Es decir miraban todo lo que conlleva tener una vida activa.

Y cuál es la conclusión. Pues que los factores de riesgo cardiovascular estaban asociados con el riesgo de demencia, que ya es conocido. Pero sobretodo que el riesgo de desarrollar demencia en las personas con factores de riesgo cardiovacular es mucho menor, hasta un 67%, en aquellas personas con vida social activa o buena red social. Es más, otra conclusión interesante es que se puede retrasar el inicio de una demencia en 3.5 años en aquellas personas con alto riesgo cardiovascular.

 

El segundo estudio, también recién salido del horno, es tan importante, como que es de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Quizás ya lo habréis leído en prensa.

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Y es que este informe, que resume más de 3000 estudios con relación entre el arte y la salud. Destaca que el  arte puede afectar sobre la salud, previniendo enfermedades, como la diabetes, la obesidad, el Parkinson o la demencia. Y por arte nos referimos desde ir a conciertos, a bailar o tocar música, o leer o escribir. Sin olvidar la fotografía, la escultura o artesanía. Incluso consideran las artes digitales y animaciones. O las actuaciones de payasos, que reducen la ansiedad, el dolor y la presión arterial, especialmente en el caso de los niños, pero también en el de sus padres en casos de emergencias.

Y este beneficio del arte se ve desde la más tierna infancia, por ejemplo «los niños a los que los padres les leen historias antes de dormir tienen un tiempo de sueño más largo y mejor concentración en la escuela».

Pero el arte no sólo mejora la salud, sino que también facilita la promoción de la salud, y también puede mejorar la cohesión social y reducir las desigualdades sociales.

Es más es tan importante que dan una serie de recomendaciones, por  ejemplo:

  • Garantizar en las comunidades la disponibilidad y accesibilidad de los programas artísticos relacionados con la salud
  • Apoyar a las organizaciones artísticas y culturales para que la salud y el bienestar formen parte de su trabajo
  • Concienciar públicamente sobre los potenciales beneficios para la salud que conlleva la participación en actividades artísticas
  • Incluir las actividades artísticas en la formación de los profesionales de la salud

Así que actividades como poner un punto de lectura en un centro de salud, o este apartado, ya no sólo es por opción personal, sino que podemos decir que es una recomendación de la OMS.

 

Biblografía

Wang Z et al. Leisure activity and social integration mitigate the risk of dementia related to cardiometabolic diseases: A population-based longitudinal study. Alzheimers Dement. 2019 Nov 9. pii: S1552-5260(19)35372-5. doi: 10.1016/j.jalz.2019.09.003.

Daisy Fancourt, Saoirse Finn. Health Evidence Network synthesis report 67. 2019, ix + 133 pages. ISBN 978 92 890 5455 3

Cómics y mayores: autobiografías sobre cuidados

Lo prometido es deuda. Este año tenemos un claro y buenísimo ganador del premio #hablandodegeriatria18. La idea sería presentaros un artículo interesante sobre cuidadores, pero ha resultado mucho mejor.

Gracias a Blanca @mayorserrano, autora de un interesante ensayo sobre las novelas gráficas o cómics para la formación en medicina de los estudiantes de medicina, conocí otro gran ensayo sobre cuidadores en el 9º arte.

Y es que como dice el refrán «una imagen vale mil palabras». Quizás por eso los cómic pueden ser muy útiles para ayudar a comunicar sentimientos o vivencias.

Así que es un placer contar para finalizar «este curso» no sólo con un gran «artículo para cuidadores» sino que con unas magníficas recomendaciones de #geriatriacultural que no debes perderte.

Por todo ello es toda una suerte presentaros a Inés González Cabeza, toda una experta en «patografía gráfica».

 

Cómics y mayores: autobiografías sobre cuidados

Han pasado veinticinco siglos desde que el filósofo Platón plasmara en su diálogo La República su visión sobre que los buenos médicos “no es con el cuerpo como curan el cuerpo (…) sino con el alma, la cual, si no disfruta de salud, no será capaz de curar nada”. Este pequeño fragmento de sabiduría antigua deja patente el largo recorrido del deseo de que los médicos posean un conocimiento que vaya más allá de la ciencia, uno que alimente su “alma”. Hoy en día, esta antiquísima convicción sobre la necesidad de humanización del mundo sanitario ha dado como fruto el nacimiento de la medicina gráfica, una novedosa disciplina académica que se sitúa en la intersección de los estudios sobre cómic, ciencias de la salud y humanidades médicas, y que cada día se encuentra más consolidada en España, con numerosos profesionales sanitarios abogando por emplear los cómics en el ejercicio diario de su profesión, así como investigadores llegados de diversos campos del conocimiento que contribuyen al reconocimiento académico del estudio de la salud humana a través del cómic.

Los cómics que tienen como tema principal la enfermedad, la diversidad funcional, las experiencias clínicas, la pérdida de los seres queridos, etc. (también llamados patografías gráficas) son un fenómeno que podemos relacionar con la progresiva expansión, en décadas recientes, de un tipo de cómic extenso, dirigido a adultos y publicado en forma de libro, al que muchos denominan “novela gráfica”. Dentro de esta aún joven corriente de cómics sobre lo cotidiano y lo traumático encontramos una temática decididamente inusual en otros formatos narrativos: las vidas de los mayores. En España, es bien conocido el ejemplo paradigmático de Arrugas, de Paco Roca, un texto pionero en el género de la patografía gráfica en español que se convirtió en un inesperado éxito de ventas. La historia de Emilio, paciente de Alzheimer y residente en un hogar para mayores, consiguió despertar un clamoroso interés entre personas que habitualmente no leían cómics, pero que se sentían representadas y comprendidas en sus vivencias como familiares de personas con Alzheimer, cuidadores, trabajadores en geriatría, etc.

 

Arrugas, no obstante, no es un ejemplo aislado. Siguiendo la hegemónica corriente de cómic autobiográfico que suele describirse como ejemplar de la llamada “novela gráfica”, encontramos un buen número de obras creadas por artistas que cuidaron de sus padres en los últimos años de sus vidas y que plasman, a través del lenguaje de las viñetas, sus recuerdos y experiencias como cuidadores en el seno familiar. A falta de un término mejor, podemos denominar a estas narrativas “autobiografías sobre cuidados”. Podemos observar que, en su inmensa mayoría, se trata de cómics creados por mujeres, un hecho nada menospreciable, pues evidencia que los cuidados siguen siendo tareas eminentemente femeninas, pertenecientes al espacio marginal del hogar y, por lo tanto, aún estigmatizadas y escasamente representadas en la esfera cultural. Las autoras de autobiografías sobre cuidados han empleado diferentes estrategias, acordes a sus intereses creativos, para narrar gráficamente aquella etapa de sus vidas en la que ejercieron como cuidadoras de sus padres en su vejez.

Roz Chast, historietista para el New Yorker desde 1978 y autora de ¿Podemos hablar de algo más agradable? (Reservoir Books, 2015), recurre al humor, que no solamente es su medio de vida como profesional de la historieta en prensa, sino también un modo especialmente eficaz de lidiar con una realidad dolorosa. Su cómic habla de George y Elizabeth, sus padres nonagenarios, una excéntrica pareja que se ve obligada a trasladarse a una residencia para mayores tras una fatídica caída que deja a Elizabeth incapacitada para asumir la carga doméstica y desata una irreversible demencia en su marido. Con un estilo colorista y caricaturesco, Roz Chast relata toda una espiral de peripecias familiares y hospitalarias que terminaron por sobrepasar todo lo que algún día imaginó acerca de lo que significa hacerse viejo. A menudo, representa situaciones como la confusión que le produce la dualidad de su rol como hija y cuidadora o el estrés de hacerse cargo de tareas burocráticas muy raramente discutidas en público, pero que forman parte de las vidas de todos los hijos con padres ancianos. Así mismo, emplea el humor para mostrar el lado más difícil de proporcionar cuidados a los mayores, como encargarse de su higiene, asumir el alto coste económico que supone una atención personal y médica digna, o hacer malabarismos para compatibilizar los cuidados con la vida laboral.

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Las fotos de esta entrada están tomadas del gran ensayo: autobiografías sobre cuidados

Joyce Farmer, reconocida creadora de cómics feministas en la década de los setenta, abandonó el mundo del cómic durante más de treinta años para asumir la responsabilidad de cuidar de su padre y su madrastra en sus últimos años de vida. Su esperado regreso, titulado Un adiós especial (Astiberri, 2011), narra precisamente sus experiencias como cuidadora. Además de su carácter de relato costumbrista, Un adiós especial contiene una punzante crítica hacia la residencia para mayores en la que su madrastra acabó falleciendo de forma prematura debido a una serie de negligencias cometidas por el personal sanitario. La aparente falta de empatía y mala praxis experimentadas dentro del deteriorado sistema sanitario estadounidense contrasta en esta obra con los episodios domésticos, llenos de afecto, en los que la pareja de ancianos consigue atravesar sus dificultades cotidianas con la incansable ayuda de su hija.

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En Tangles: a story about Alzheimer’s, my mother and me (Skyhorse Publishing, 2012), Sarah Leavitt configura su historia personal como cuidadora de su madre, diagnosticada con Alzheimer, a partir de anotaciones de su diario íntimo. Entre sus páginas en blanco y negro encontramos parte de estas notas reales, además de retratos a lápiz de su madre, cartas y postales que ambas intercambiaban, etc. Leavitt reflexiona sobre la pérdida de la intimidad corporal de quienes sufren demencia, puesto que en última instancia necesitan ayuda con su higiene personal, lo cual conlleva una dolorosa inversión de los roles familiares que modifica la identidad de los cuidadores, que pasan a ser hijos que ejercen de padres.

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En una línea más vanguardista podemos encontrar una narrativa gráfica como Aliceheimer’s: Alzheimer’s Through the Looking Glass, de Dana Walrath (Pennsylvania State University Press, 2016). No se trata de un cómic, sino, más bien, de un álbum ilustrado que combina páginas de ilustraciones a página completa con textos explicativos, en un intento de trasladar a un soporte físico las entradas de su blog, plataforma a través de la cual se publicaron por primera vez. Su autora emplea una técnica de “collage” para representar gráficamente momentos de la vida de su madre, Alice, a la que vemos siempre ataviada con un vestido creado a partir de fragmentos recortados de Alicia en el País de las Maravillas, un texto que solían leer juntas y que para Walrath resulta simbólico del mundo de fantasía al que la demencia transporta a su madre. Se trata de un relato cotidiano y libre de estereotipos de los últimos años que Walrath pasó junto a Alice, ejerciendo de su cuidadora principal, pero también un afectuoso homenaje a la mujer que Alice fue antes de perder sus recuerdos y que permanece para siempre en el hogar de la memoria.

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Ejemplos como estos nos demuestran que las autobiografías sobre cuidados constituyen una aproximación novedosa al mundo de los mayores que nos permiten conocer de primera mano aquellas experiencias que, pese a su cotidianidad, tienden a ser socialmente ignoradas, en parte porque pertenecen al a menudo silenciado espacio de lo doméstico. Estos textos tienen un indudable propósito didáctico que, a un tiempo, aporta visibilidad al trabajo diario de quienes cuidan de los mayores. El lenguaje del cómic, gracias a recursos como la caricatura y el dibujo simplificado, favorece la comprensión y la identificación del lector con lo narrado, despertando profundos sentimientos de empatía fundamentales para el ejercicio de las profesiones sanitarias.

Inés González Cabeza

Referencias bibliográficas

CHAST, R. (2015). ¿Podemos hablar de algo más agradable?, Barcelona, Reservoir Books.

FARMER, J. (2011). Un adiós especial, Bilbao, Astiberri.

LEAVITT, S. (2012). Tangles: A story about Alzheimer’s, my mother and me, Nueva York, Skyhorse Publishing.

WALRATH, D. (2016). Aliceheimer’s: Alzheimer’s Through the Looking Glass, Pennsylvania State University Press.

 

 

 

No todo es medicina #diadellibro #SantJordi

Ya es nuestra cuarta edición especial de la #preguntamaliciosa sobre el día del libro y St Jordi, y esperemos no la última. Este año cambiamos de fecha para acercarla al día del libro o Sant Jordi, que es la razón de ser de esta entrada.

En años pasados os preguntábamos cuál es vuestra palabra preferida para decir mayor y que libro os hacia recordar a vuestros abuelos.

Pero este año no os queremos hacer ninguna #preguntamaliciosa, sino que os quiero contar un homenaje que hacemos a un gran compañero y amigo como es Canta, que nos dejó hace casi un año.

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Nuestro servicio es un poco, por no decir bastante, friki. Y aparte de estar continuamente con revisiones clínicas, ver cuál es la última actualización del BMJ o del NEJM, investigar hasta poder salir en wikipedia… de vez en cuando nos ponemos «culturales». Y este día del libro o Sant Jordi año es una de esas veces.

¿En Navidad quién no hace el amigo invisible?. Pues nosotros hacemos el libro invisible. Antes lo hacíamos por verano, así nos ahorrábamos el comprar un libro para las vacaciones. Pero este año lo retomamos por Sant Jordi, en recuerdo de Canta.

Cada uno de nosotros desde hace un par de semanas, de forma «secreta», deja un libro que le encanta en el equipo de PADES, que es donde trabajaba Canta. Las únicas condiciones son que lo hayas leído, que te encante, y que sea algo «ligerito». Es que si alguien deja «Guerra y paz», o similar, pues igual se tira todo un año, y tampoco es eso.

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Algunos de los libros que nos están esperando en un par de días

Y en Sant Jordi pues pasaremos por allí para coger un libro, eso sí, con los ojos bien tapaditos, sin mirar.

La verdad es que tengo que decir que aunque no sabes que te va a tocar, nunca te defrauda. Siempre te llevas temporalmente a casa un libro que no olvidas, y sobretodo un poco de la persona que lo ha dejado. Y digo temporalmente, porque después de leído hay que devolverlo, con una notita de si te ha gustado o no, por qué, y quién crees que lo ha dejado.

Es una experiencia que desde #geriCSG os recomendamos hacer. Si al final alguno lo hace, seguro que Canta se alegrará mucho de ello.

Y cuál es el libro que he dejado, pues tendréis que esperar al 23.04, ya digo que es una sorpresa «secreta».

Para terminar os dejamos también una de «sus canciones», que además forma parte de la banda sonora de la película preferida de #geriCSG

«Por la senda de Roy Basch» por Eduardo Delgado

Hoy en el apartado #geriatriacultural está invitado uno de los pocos superespecialistas en psicogeriatría. Sí que somos muchos los que nos llamamos psicogeriatras, pero creo que son pocos los verdaderos. Y por qué digo superespecialista, porque es de los pocos médicos en España que han hecho la especialidad de geriatría y psiquiatría, una detrás de otra. Eso quiere decir que se han formado como mínimo durante ocho, sí lo digo bien, ocho años (dos periodos MIR) para poder valorar, diagnosticar y tratar a una persona. Así que tener aquí a Eduardo Delgado @edudelgadod para contarnos la historia del, quizás, psiquiatra más famoso, y de, quizás, la historia médica escrita más famosa es todo un honor. En espera, claro, de que escriba él su historia de psicogeriatria.

La casa de Dios

Cuando conocí a Roy Basch me sedujo “el Gordo”. La Casa de Dios, libro de cabecera de los estudiantes de medicina en Norteamérica, cayó en mis manos para que pudiese trazar una línea diferencial entre la geriatría y la medicina interna. Todo encajaba. El Gordo, un personaje lacónico, cínico, perspicaz y despojado de convencionalismos lograba con un talante afable unos resultados de salud excepcionales. Obviamente era el geriatra. A través de términos irreverentes y provocadores se sucedían historias hilarantes con final feliz. Sus pacientes iban mejor, acicalados y largados. No había lecciones magistrales. Su manejo biopsicosocial contrastaba con la meticulosa búsqueda de la enfermedad de “Jo“, su compañera internista. Ésta garantizaba un billete para una travesía por la iatrogenia con resultados nefastos para los gomers. Tengo el diagnóstico, puesto el tratamiento, pero ¿y ahora qué? Ya no camina y vive en un cuarto sin ascensor. ¿Por qué no camina? Radiografía, biopsia muscular…

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En nuestro entorno, La Casa de Dios se considera un texto gamberro, proscrito por sectores de una medicina rancia y paternalista, poco ávida de autocrítica, y con la geriatría como especialidad marginal dentro de un sistema sanitario que atiende fundamentalmente ancianos. Kafkiano. Real.

Reparé en Roy Basch al releer El Monte Miseria cuando empezaba en esto de la psiquiatría. ¿Primero geriatría y luego psiquiatría? Aún sin mitomanía puede entenderse mi debilidad por el autor de la saga, Samuel Shem (seudónimo que utiliza el psiquiatra Stephen J. Bergman). Lo cierto es que cuando leí por primera vez Monte Miseria me resultó esperpéntico y alejado de mi realidad. En ese momento no existía nada más allá de la valoración geriátrica integral. Años más tarde y con muchos más encima, mientras el fonendo y los seguriles se escurrían poco a poco de la bata, Roy Basch centró mi atención.

Todo un periplo compartido, inimaginable cuando conocí a Roy la primera vez. Los primeros años fueron de formación y dedicación exclusiva al anciano, cuya atención casi nunca era especializada ni considerada. Niveles asistenciales, funcionalidad, fragilidad, trabajo multidisciplinar. Expertos en enfermos. Luego se sucedieron experiencias y enseñanzas variopintas sin fonendo ni exclusividad de grupo etario. Sin nada. Y con todo. Maestros asombrosos y expertos decepcionantes. Pude descubrir vericuetos de la salud mental caricaturizados magistralmente por Roy para finalmente compartir el elemento terapéutico que presenta como transgresor: la conexión; el valor terapéutico de lo interpersonal (relación paciente-bata blanca).

Este recorrido me lleva inevitablemente a reflexionar sobre nuestra realidad asistencial, absolutamente determinada por políticas sanitarias caleidoscópicas que ni entiendo ni comparto. Continúan sin centrarse en el más prevalente de sus usuarios, el anciano. O lo hacen a través de programas de cronicidad abanderados por oráculos de la enfermedad, de la pluripatología o de la polimedicación. No es país para viejos, pero es lo que hay. Y quienes les atienden avalan cada acto clínico con el poderoso respaldo empírico experiencial acumulativo de “he visto a muchos ancianos” (ley VIII de Monte Miseria). Expertos en enfermedades con una particular sensibilidad para su diagnóstico que específicamente son los que más se alejan del enfermo. Medicina Basada en la Evidencia en la que es sencillo encontrar datos relacionados con enfermedades, pero resulta costoso encontrarlos de ancianos o para ellos. Tomar conciencia de la sinciencia. Esa es mi realidad. Y Samuel Shem lo dejó por escrito. Y con excelsa incorrección política. No dejéis de conocerle.

Eduardo Delgado

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Leyes de la psiquiatría de Monte Miseria