Si bien ha generado multitud de diferentes opiniones, con sus más y menos aciertos, lo que es cierto es que “The father” no deja indiferente al espectador. Dirigido por Florian Zeller, este drama británico narra de un modo verdaderamente auténtico la historia de una persona mayor, encarnada por el maestro Anthony Hopkins, que ha comenzado la cruda realidad de la pérdida de su memoria.
Lo realmente bello de esta obra, más allá del indudable “papelón” de su actor principal, es su enfoque, que no es otro que el de la persona que está viviendo el inicio de la enfermedad en primera persona. Así, el montaje de este film hace que, de principio a fin, estemos tan perdidos y angustiados como el propio protagonista.
Anthony es un anciano al que su hija Anne intenta convencer para que contrate a una asistenta que le ayude con las tareas del hogar antes de mudarse a París, pero como ocurre en la vida misma, el padre rechaza la idea ya que «puede valerse por sí mismo, por supuesto». La preocupación de Anne por su padre va en aumento a medida que este comienza a sufrir cada vez más despistes e ideas de robo y perjuicio, llegando a agredir verbalmente a su hija. La fina línea entre la realidad y la ficción en la mente del artista hace que la película se torne confusa y un tanto laberíntica, lo que para mí la hace realmente dinámica y original.
Otro aspecto que no me gustaría pasar por alto es la crítica que su autor hace del maltrato a las personas mayores. Me resultó realmente conmovedor y estremecedor. Se trata de la escena en la que el novio de Anne agrede físicamente a Anthony y la baja credulidad que su hija le otorga al ser considerado un “demente” que “no sabe lo que dice”. Invita, sin lugar a dudas, a una profunda reflexión.
Finalmente, la película, que es rodada casi por completo en el interior de la casa de “el padre”, acaba en la habitación de una residencia, un lugar cargado de tristeza y desamparo, un sitio lleno de frustración.
Sin lugar a dudas, una fuerte recomendación para tod@s aquell@s que no la han visto todavía. Nutre la conciencia e incita al alma. Por favor, no se nos olvide que las personas mayores con y sin demencia, y especialmente con demencia, siguen siendo eso, personas.
“Parece que haya perdido la cabeza…”, “la veo demasiado dormida…”, “por las noches comienza a vociferar e intenta salir de la cama…”, “da miedo que se haga o nos haga daño. Últimamente lo vemos muy agresivo, de repente, en tan solo unos días…”
Delirar viene del latín “delirare”, que significaba literalmente “salirse del surco”. Se reconocen claramente dos elementos. El prefijo de- aporta el significado “alejarse, apartarse” y lira es “surco”.
En la fecha que da nombre al título homenajeamos un cuadro de impresionante frecuencia en la población mayor, el delirium o síndrome confusional agudo. Ahora bien, aparte de los conocedores de este término en beneficio de su profesión o cercanía a algún caso familiar, ¿cuántas personas saben que esta patología realmente existe?
Para cerrar este mes en #hablandodegeriatría hemos pedido permiso a nuestras compañeras de #Geriarte para compartir su vídeo divulgativo de lo que es el delirium, posibles causas y consecuencias, y lo más importante para cuidadores y familias, posibilidades de manejo no farmacológico. Irene y Hui ponen en marcha con este proyecto un original y moderno acercamiento a esta patología de especial relevancia e interés en geriatría y gerontología que esperamos sea de ayuda a los no familiarizados con el mundo sanitario, sean personas mayores, cuidadores, hijos/as, nietos/as, primos/as, vecinos/as…En definitiva, ciudadanos.
Siempre que lo deseéis y necesitéis, podéis dejar vuestras dudas o sugerencias justo abajo.
¡Gracias por hacer que este contenido logre mayor difusión!
Hace unas semanas leí por casualidad un articulo en el NEJM que me hizo reflexionar. No por tratarse de informacion nueva que pudiera cambiar la vida de mis pacientes, sino porque el caso expuesto resonó muy cerca de mi propia experiencia.
En dicho artículo, David, un varón joven para nuestros parámetros geriátricos, ingresó en su hospital de referencia con una neumonía aspirativa, con los antecedentes de disfagia y epilepsia. Lo esperable en un paciente como este, de unos 45 años, hubiera sido un esfuerzo terapéutico focalizado no solo en la neumonía sino también en la nutrición. Sin embargo, David fue dado de alta sin soporte nutricional y en situación de disfagia grave. El motivo por el que esto sucedió es que David padecía una discapacidad intelectual y el equipo médico que lo atendó asumió, sin contrastarlo con sus familiares y cuidadores principales, que el paciente tenía una calidad de vida pobre y por tanto el mejor abordaje eran unos cuidados paliativos que, además, no se organizaron adecuadamente, con el consecuente estrés y trauma emocional para la familia y el propio paciente.
Estoy convencida de que esta historia nos suena a todos porque constantemente nos encontramos casos similares en el entorno geriátrico: al paciente se le asume una incapacidad funcional y una calidad de vida limitadas por el simple hecho de ser anciano o por tener en sus historias clínicas unos diagnósticos determinados; como puede ser una demencia o ser frágil. Esto me parece particularmente importante cuando, además, estos diagnósticos son realizados a menudo por personas que no tienen la cualificación necesaria para hacerlos de forma reglada y segura. Los geriatras sabemos que la fragilidad es un continuum dinámico y que se precisa de una Valoración Geriátrica Integral a la hora de recomendar un tratamiento a un paciente anciano frágil. Sin embargo, en entornos en los que el concepto de fragilidad (malentendido como discapacidad functional grave) se ha instalado fuertemente en el imaginario médico, la etiqueta de paciente frágil se convierte por arte de biribirloque en un diagnóstico de terminalidad, en una indicación directa para el manejo sintomático y paliativo.
Un diagnóstico que debería ayudarnos a la toma de decisiones y a luchar contra el ageismo se convierte en una lacra para estos pacientes. Una vez establecida la etiqueta de frágil por el simple hecho de aplicar una Clinical Frailty Scale visual o de que el facultativo que le atiende asuma que como tiene 85 o 90 años el paciente es fragil per se, no hay quien se lo quite.
En España nos encontramos en un momento en que tenemos una ventana de oportunidad para evitar que esto se reproduzca en nuestro sistema, ya que nuestra especialidad y nuestros conceptos propios no están tan extendidos como en otros países. Educar en las diferencias entre fragilidad y dependencia, luchar contra el ageismo y el abandono terapéutico de nuestros pacientes es fundamental para conseguir una sanidad y una sociedad más justa para con los mayores. No permitamos que ser frágil o tener una demencia sean excusas para el ableismo rampante; no dejemos que una actitud paternalista mal entendida decida por nuestros pacientes qué es para ellos la calidad de vida. Está en nuestras manos ser diferentes, hacerlo mejor, y que haya menos historias como las de David.
Por Real Rodeles del Pozo, pionera de la enfermería geriátrica y paliativa.
Me resulta difícil ponerme a describir mi vida profesional, que ha sido un bonito viaje con pequeños accidentes resueltos. Comencé tras terminar séptimo y reválida, así se llamaba una de las formas de acceso a la universidad en esa época. Dejé con 19 años mi ciudad natal, Tudela, para ingresar en 1969 en la escuela de la Cruz Roja San José y Santa Adela de Madrid. Tras un año de anécdotas y adaptación, en 1970 se puso en marcha la nueva unidad de Geriatría dirigida por los doctores Salgado y Guillén, algo novedoso donde estudié, con mi juventud y mis ganas, ayudando a cuidar de los mayores y de sus necesidades. Debéis de entender que en aquella época no había un envejecimiento poblacional como ahora y esta unidad no era de los focos prioritarios de desarrollo médico como puede ser ahora. ¿Qué comenzamos a implementar? Metodologías que ahora seguro que son básicas o esenciales, evitando tanta visita médica “de herodes a Pilatos”, utilizando la ternura como el mejor genérico y trabajando en equipo para avanzar hacia un objetivo común, el bienestar de las personas mayores.
Después de esa grata experiencia de aprendizaje y continuando mi formación permanente y constante para nunca quedar desfasada, en especial habilidades en comunicación con el paciente y mejoras en cuidados y curas, continué mi desempeño profesional en diferentes ámbitos de la sanidad pública española ocupando, tanto puestos de responsabilidad en centros de especialidades, como en la atención primaria ambulatoria. A finales de la década de los 90 cursé un Máster en Geronto-geriatría en la Universidad Autónoma de Barcelona que me permitió ampliar la esencia de mi formación primaria y mi aprendizaje profesional. Descubrí a la persona paciente a tratar como un ser bio-psico-social y espiritual, un enfoque 360° a la hora de la relación cuidado afectiva.
Desde entonces seguí mi trayectoria profesional con ese importante bagaje que me vino fenomenal a la hora de afrontar uno de mis últimos retos profesionales en activo, dejar la atención de medicina familiar y liderar el despliegue en Zaragoza de los cuidados paliativos domiciliarios en 1999. Poner en marcha esa categoría de cuidados, todavía poco conocidos y a veces “temidos” entonces, fue clave para mejorar la experiencia de los pacientes en esa fase terminal de sus enfermedades, porque poníamos a la persona en el centro de la praxis, respetando su integridad, siendo lo más importante del proceso de curas y cuidados y, sobre todo, escuchando al paciente y a su familia en el final de su vida. Para mí, puedo afirmar con orgullo que es una de las delicias que confiere mi función de enfermera cuidadora.
Por resumir y no alargarme mucho, podría decir que con un poco de cariño y con ganas de estar permanentemente en formación para actualizarme en tendencias, novedades clínicas y formas de relación y comunicación, podéis ver la labor que durante más de 40 años he realizado desde la humildad, pero con excelencia y siempre volcada en el paciente.
Otro curso más que comienza este blog. Pero no voy a mentir que será un año raro. Ya lo fue el anterior, y este lo será más. Y es que el tiempo que uno puede dedicar a las redes, y más concretamente a este blog cada vez es más limitado. Lo que lleva a que el blog no pueda salir con la frecuencia que uno desearía. Pero aquí seguiremos, aunque sea una vez al mes. Y en el mes en que se celebra el dia mundial del Alzheimer, pues está claro que hablaré sobre “uno de mis temas preferidos”.
Y es que en el año del lema omisiones cero, no sólo es importante el tema del diagnóstico precoz, que es la reivindicación fundamental del reciente día mundial del Alzheimer. Sino que añadiría que lo que no se puede omitir es apoyar a los que están ahí continuamente, los cuidadores: hijas e hijos, esposas y esposos, sin olvidar muchas veces a los sobrinos y a veces también vecinos. Esas personas que aunque no tienen directamente esta enfermedad, son los que muchas veces más la sufren.
No penséis que esto de las residencias sólo ha pasado aquí. Sólo hay que echar un vistazo a las noticias o prensa científica internacional, para ver que ha sido similar el desastre. Por ejemplo en Canadá sólo el 11% de los casos COVID que hubo fueron en residencias, pero con una mortalidad altísima (el 73% de todos los muertos). Esto da idea de lo horrible que es esta enfermedad en estos centros.
Pero lo que también os quiero decir es que los recursos sanitarios son escasos, y por eso hay que “escoger”. Porque os pregunto, si tú con 20, 30 (sí digo 20 o 30 años), 40, 50, 60 años que tienes COVID y lo tiene también tu pareja, tu hermano y tu padre, y te digo que sólo hay una cama de UCI, a quién escoges.
Porque sí, hay gente de 20-30 años con COVID en las UCIs, y sí las camas de UCI no son infinitas. Pues entonces si te digo que por respeto a la edad y a que la ambulancia ha llegado antes esa cama va para tu padre de 70 u 80 años, qué dirías. Pues eso es lo que se han tenido y tienen que plantearse diariamente los intensivistas. Así que para evitar esto «pórtate bien» y cumple las recomendaciones para evitar la COVID19. Así conseguirás que no tengamos que ponernos en el dilema de escoger.
Ahora que parece que empieza tercera ola, quiero recordar: 1. No todo el mundo debe ir a la UCI. Ni aunque estén todas las camas vacías. 2. La valoración de quién se beneficia de una UCI le corresponde al equipo clínico. Ni a un juez, ni a la familia, ni a los periódicos.
Y esto no tiene que ver con la edad, sino por su situación clínica, funcional, mental y social. Es decir, lo que consigo saber a través de la valoración geriátrica. Pero también es importante porque gracias a esa valoración geriátrica quizás sé que el padre de 80 años tiene más indicación de esa cama de hospitalización o de UCI que el hijo de 50 años. Sobretodo cuando las cosas se ponen feas como se están volviendo a poner.
Respecto a 19/Enero
Agudos: ⬆️ ingresados (+614) y ⬆️ 4 puntos el % de ocupación (28%)
Críticos: ⬆️ ingresados (+73… twitter.com/i/web/status/1…— COVID19 MADRID-S.P.M (@covid19_m) January 22, 2021
Da miedito ver hasta donde puede llegar a subir
Sí que con la pandemia se ha puesto de moda una escala de valoración de fragilidad llamada CFS, que ya tiene unos cuantos años, y que puede ayudar de forma rápida y visual. Es más es una escala que ya era conocida y usada en las UCIs (referencia 1,2), y en otras especialidades (referencia 3)
Como veis la CFS es «muy fácil», sólo hay que hacerla bien
Pero no sólo la edad de por sí es importante, sino que la edad «mal llevada» lo es más. Y es que se sabe que las personas mayores frágiles, tienen una peor respuesta al ingreso a la UCI que las no frágiles (referencia 2 y 5). Y por frágil, como bien dice la escala CFS no os imaginéis a la persona en silla de ruedas, que no reconoce a sus familiares. Esa persona no sólo es dependiente, sino que probablemente ya se puede considerar que está incluso en fase terminal. Y no es algo que se diga ahora por la pandemia, sino que es algo que ya está reconocido hace años. Con frágil nos referimos al CFS 5, una persona que bien vive sola, pero que ya necesita algo de ayuda, aunque sea mínima, aunque sea para apañarse con la medicación. Porque la fragilidad digamos que es el riesgo de tener que necesitar gran ayuda de otra persona si le sucede algo.
Añadido a 08.03.21: Pero es que además el uso de esta escala, como bien podéis ver en los siguiente tuits, ha demostrado su utilidad también con la COVID. Y es que aquellos con CSF de 4 o 5 mueren más que los de CSF más bajo. Y si el CSF es 6 o más, la mortalidad se dispara. Es decir cuanto más frágil o dependiente es una persona, más fácil es que muera por la COVID.
La Guía rápida NICE para la atención al COVID-19 recomendó el uso de esta escala ya el 20 de marzo de 2020https://t.co/miJGJ4sPVV
— Juan I González Montalvo (@Wally_Gator_MD) March 7, 2021
Así que en una enfermedad como la COVID, en que una primera no fue ola sino tsunami, y en la que ahora se ve que la mayor parte de los intentos terapeúticos fueron un fiasco, ahora que ya estamos de llenos en la tercera ola igual de inclemente que la primera, quizás puede volver a suceder el llanto por las residencias.
Ahora estamos «más organizados y protegidos», pero está pasando igual que en la primera ola, que residencias y centros similares donde entra la COVID, más vale prepararse para un requiem, como por desgracia estoy viviendo muy de cerca.
Así que el trabajo que se hizo en la primera ola de organización, de planificación y adecuación de cuidados, es decir de un buen trabajo en geriatría, son igual de válidos que entonces. Y es que cuando los tratamientos sí que han ido cambiado continuamente, hasta dejarse de usar casi todos salvo una medicación que se puede dar por boca como son los corticoides y el apoyo de oxígeno, y poco más, mal vamos.
Sin embargo estas medidas de preparación previa, que se basan en una buen trabajo y valoración geriátrica, siguen siendo igual de válidas. Para ello hay que hablar con las personas con tiento, y con las familias a tumba abierta, porque como bien dice las siguientes recomendaciones de muchas entidades científicas (7) han sido, son y serán decisiones difíciles.
Cuando muchas sociedades científicas se ponen tan pronto de acuerdo es por algo, porque la situación es muy mala. Lo malo es que es igual de válido que hace casi un año
Pero mejor que las sepamos de antemano, porque por desgracia no podemos obviar que la COVID actúa de forma horrorosa con nuestros mayores, ante lo cuál poco podemos hacer ni siquiera dentro de los hospitales. Es más si el tratamiento es una pastilla por boca y un poco de oxigeno que también se puede poner en una residencia, por qué ir a un hospital cuando están que ya no dan más de sí. Y si son muy frágiles, como ocurre muchísimas veces con las personas que viven en las residencias, pues aún la duda de trasladar aumenta mucho más. Así que cuando todo esto pasa en las personas mayores frágiles, donde sigue siendo igual de horrendo si caes enfermo, como veo de primera mano, te piensas que sólo nos queda cuidar y nuestro «primum non nocere», «primero no hacer daño», o lo que es lo mismo ante esta enfermedad, que no sufra.
Cuál es el problema, que no solo se ponen los mayores que viven en las residencias enfermos, sino también sus cuidadores, los trabajadores. Porque como bien dice una gran compañera enfermera y experta en psicogeriatría, ahora misma en cama con 39.5ºC por el maldito bicho, que como bien dice «estaba esperando resignadamente a que esto sucediera». Porque cuando se trabaja en una residencia o en una unidad de psicogeriatría, donde las personas no entienden de espacios, mascarillas, higiene, ni de no dar besos o abrazar, pues uno sabe que se va a contagiar. Porque es muy difícil o casi imposible que el bicho no entre en estas unidades, a no ser que haya un buen aislamiento social total, del que tampoco creo que los trabajadores y residentes tengan que sufrirlo, cuando gran parte de la gente pasa del tema. El problema es ahora quién la substituye en su papel, que a día de hoy no es importante, sino vital.
Así que no esperes que la vacuna sea efectiva, además con todo esto de la variante inglesa a saber lo que pasa. Quizás es mejor no tener que escoger entre tú o tu hermano, tu pareja y tu padre quien se queda la última cama de UCI. O tener que decidir si es trasladable al hospital tu padre que vive en una residencia. O peor aún, tener que escuchar que el escaso tratamiento del que disponemos no es eficaz, como sigue siendo habitual, y tienes que oir que tu padre se está muriendo. Quizás es más rentable hacer caso. Ponte la mascarilla, lávate las manos, mantén la distancia social, limita tu burbuja social y no creas que no es para tanto o esto es un invento chino, porque «el que con fuego juega, con fuego se quema».
Sola, en la habitación, Mercedes ve pasar las horas a través de una ventana sin vistas. Unas horas extrañas, que parecen trascurrir a su propio ritmo, sin ningún reloj que las guie. Horas que se convierten en noches que mueren en días. Solo las chicas disfrazadas rompen la monotonía, con sus entradas enérgicas, trayendo bandejas, aseándola, dándole las pastillas. Siempre ataviadas con esos extraños plásticos, donde solo queda un borrador de mirada tras ellos. Se oyen palabras, pero no hay sonrisas. En una se esas horas, en un preciso minuto, Mercedes deja de esperar. Ya no sabe a qué espera, no lo recuerda. Entra una muchacha sin plásticos, solo con la cara tapada “Ya está Mercedes, ya puedes salir”. Le tiende la mano. “Vamos, ven a la sala, ya no hace falta que estés en la habitación. La prueba ha salido bien. No tienes coronavirus”. Mercedes la mira sin comprender. Intenta levantarse. Da un par de pasos. Pero parece que las horas en la habitación han sido caprichosas y se han encariñado de los pasos de Mercedes, llevándoselos. Al menos por un tiempo.
Mercedes sale de la habitación, solo era un aislamiento preventivo. Un día o dos para nosotros. Para ella; un mundo. Sale sí, pero la estancia no ha sido gratuita. Necesita ayuda para caminar y no tiene ni la más remota idea de dónde está.
Fuimos cautos aislándola. Debemos serlo. Debemos protegernos y proteger, nadie lo duda. Pero a veces tengo la sensación de que el covid no solo nos está pasando factura en si mismo. También pasa factura “el por si acaso covid”. Y también el “todo es covid”. Porque antes de todo esto, antes de que nos viéramos arrastrados por esta vorágine, éramos otra cosa.
Nuestra principal preocupación era recuperar, preservar. Mantener la reserva cognitiva y la función. ¿No era nuestro principal objetivo rehabilitar? ¿Estabilizar? Y ahora demasiado frecuentemente les pedimos a unas personas muy frágiles, unas personas que ya han soportado un confinamiento largo, que de nuevo estén solos, sin estímulos. Quietos. Aislados.
¿No se nos está olvidando el objetivo de nuestra profesión? ¿No nos estamos dejando arrastrar? No tengo soluciones mágicas. Quizás ahora, más que nunca, es tiempo de ser creativos…o no tanto. Porque quizás con cuatro cosas prácticas, sin descubrir América, podamos mejorar la situación. ¿Qué podríamos hacer?
– Mantener una correcta iluminación en la habitación, natural mientras sea posible.
– Medidas para favorecer la orientación como tener un reloj y un calendario cerca, visibles.
– Facilitar la comunicación con la familia, de forma directa o indirecta, mediante llamadas o preferiblemente videollamadas.
– Mantener a cada persona estimulada y a su vez entretenida: una radio, un libro, pasatiempos o una revista. Si está en nuestras manos podemos elaborar una pequeña carpeta con ejercicios de estimulación cognitiva individualizados para cada uno.
– Mantener la funcionalidad. Micción programada. Incentivar la movilidad. Quizás al aprovechar las entradas para otras cuestiones, sin consumir más EPIs ni aumentar la exposición, podemos intentar que la persona deambule acompañada por la habitación.
– Personalizar un poco la estancia; traer algún objeto personal, algunas fotografías, recuerdos…
– Podemos establecer un organigrama diario, de forma que haya unos tempos dedicados a cada actividad, para dar consistencia al día a día. A su vez esto ayudará a que cada miembro del equipo sepa cuál es su papel, cuál es su intervención.
Quizás podamos crear puentes entre seguridad y miedo. Entre proteger y encerrar. Al fin y al cabo, entre lo que fuimos y lo que somos.
Y es que hay que recordar, que aunque el número de mayores crece, la aparición de la demencia ha disminuido proporcionalmente en algunos países. Por lo tanto sí que existen cosas que podemos hacer para intentar evitar su aparición.
Porque uno de los objetivos de la geriatría es intentar prevenir, en especial prevenir la discapacidad, y cuanto antes se empiece a hacer esto mejor. Y que mejor que intentar prevenir la discapacidad que intentar prevenir la aparición de una demencia. Y no hay que empezar cuando uno ya tiene 80 años. Hay llegamos no tarde, tardísimo. Sino que hay que empezar desde la niñez. Porque muchas de estas medidas cuanto antes comienzan a hacerse más eficaces son.
Intenta mantener la tensión arterial sistólica de 130 mm Hg o menos a partir de los 40 años. Es más, el tratamiento para la hipertensión es el único tratamiento farmacológico preventivo eficaz para la demencia.
Intenta reducir la pérdida de audición, y si es necesario fomenta el uso de audífonos. Aunque no lo creas este es uno de los factores con mayor potencial para evitar desarrollar demencia.
Cuidando tu oído cuidas tu cerebro
Evita el tabaco, o intenta dejarlo lo antes posible. Dejar el tabaco de mayor es de lo poco que reduce el riesgo de demencia incluso en la edad adulta.
Reduce la obesidad, es uno de los factores cardiovasculares más importantes, y por tanto uno de las medidas para evitar la demencia.
Cuidado con la depresión. Está asociada con la demencia, es más a veces se confunde con ella sobretodo en sus inicios.
Evita la soledad. El contacto social es un factor protector de la demencia bien conocido, que favorece muchos comportamientos beneficiosos, como es la actividad física, y lo que esta conlleva.
Evite los traumatismos en la cabeza.
Haz lo necesario para controlar tu diabetes lo mejor posible
También se ha visto que hay otras medidas que protegen de desarrollar demencia, como favorecer el sueño, que también mejora la salud en general.
Pero algunas medidas no sólo tienen que ser individuales, sino que tienen un importante componente político, social, o de políticas sanitarias.
Favorecer la formación lo máximo posible, intentando llegar al menos a la educación secundaria.
Implementar políticas de salud pública, no sólo para evitar la hipertensión, sino también la obesidad, el tabaquismo y el alcoholismo.
Implementación de medidas de fomentarla actividad social y las relaciones sociales.
Reducir la exposición al ruido excesivo (por ejemplo usando cascos para los oídos), especialmente a partir de la edad media.
Valoración no sólo de la diabetes, sino también de sus probables complicaciones.
Reducir el riesgo de traumatismos craneales en los trabajos (cascos de obreros) y en el trasporte (cinturón de seguridad…)
Desarrollo de políticas a nivel no sólo nacional, sino internacional, para reducir la contaminación aérea.
Es decir trabajar en los nueve puntos protectores ya bien conocidos desde hace tiempo como son la hipertensión, la obesidad, la diabetes, el tabaco, la inactividad física, la pérdida de audición, la soledad, la depresión y la baja educación; a los que en esta revisión se han añadido los tres siguientes: evitar el alcohol, los traumatismos craneales y la polución; son las medidas más importantes “a trabajar” para evitar llegar a tener una demencia.
Pero a veces uno no llega a prevenirla, por lo que este artículo también da algunas recomendaciones para la atención tras el diagnóstico.
La atención debe incluir la salud física. La mayoría de las personas con demencia padecen otras enfermedades y podría tener dificultades para cuidar su salud y esto podría resultar en hospitalizaciones potencialmente prevenibles.
Sin olvidar la parte social. Cuida al cuidador. Las intervenciones específicas para los cuidadores/familiares tienen efectos sobre los síntomas de depresión y ansiedad. No sólo aumentan la calidad de vida sino que también son rentables y pueden ahorrar dinero.
Pero como decía al principio es mejor prevenir este síndrome que las consecuencias de él. Así que lo “tienes fácil” aquí te recuerdo los puntos que “tienes que trabajar” de forma más sencilla.
Lo bueno de trabajar en un hospital con residentes es tener la suerte de tener que repasar a menudo los mismos temas. Esto ayuda a convertirse en un experto en “su tema”. Pero más a menudo de lo que uno se puede creer, viene alguien que «te abre los ojos”. Te hace ver las cosas que estás acostumbrado a ver de una manera distinta. Y no es necesario ir a una megacharla de un megaexperto traído de allende los mares. A veces “una simple residente de familia”, como la gran dra de Oca, lo consigue con algo tan sencillo como una pizarra y un rotulador.
No hay nada mejor para estudiar un tema que una pizarra vacía, o casi
Y es que por más como geriatra con consultas de demencia, uno está acostumbrado a tratar las alteraciones de conducta. Y esto es porque más del 90% de las personas que sufren demencia van a presentar alguna de las alteraciones de conducta que se asocian a la demencia. Algunas de estas conductas como el insomnio, la agitación, la agresividad cuando son graves obligan a tratar con fármacos o incluso favorecen no sólo la institucionalización, sino una muerte precoz. Tratar con fármacos es algo que se intenta evitar, ya que se sabe que los tratamientos que se usan pueden aumentar la mortalidad, da igual el tipo de fármaco que se use.
Pero antes de todo lo primero que hay que hacer para poder tratar la conducta “patológica” es comprender lo que es la demencia1, y de ahí la importancia de la educación, tanto al cuidador en casa, como al cuidador profesional. Es muy importante enseñar que el comportamiento y los síntomas psicológicos no son «malos comportamientos» por parte de la persona. Estos comportamientos forman parte de la enfermedad. Se deben a cambios que se producen a nivel cerebral, incluso a nivel bioquímico. Pero algunos de ellos también se pueden producir por factores sociales o ambientales desencadenantes, como es el cambio de casa o la aparición de un nuevo cuidador.
También es muy importante enseñar a “tratar” estas conductas. Y para ello como siempre, empezamos con los tratamientos no farmacológicos. Estos tratamientos suelen ser muy genéricos, siendo alguno de ellos 2,3 los siguientes:
Ocupa el tiempo. Si la persona hace cosas no sólo el tiempo pasa más rápido, sino que se mantiene activa, con todo lo que conlleva.
Las conductas pueden ser modificadas por «técnicas» o medidas conductuales, que por muy simples que parezcan son muy útiles. Algunas de estas técnicas como la distracción, el redirigir la atención hacia otra cosa, el tranquilizar a la persona o la reorientación son de las medidas conductuales que pueden ser usadas en cualquier sitio, ya sea en la casa, en una residencia o en un hospital, y requieren poco más que el tiempo del cuidador o personal para poderlas hacer. Qué técnica usar depende de la conducta existente.
Un punto importante es observar cuál es el desencadenante de cada conducta. Si la conducta problemática solo ocurre en momentos del baño, de la comida, o en algún otro momento puntual y vemos por qué se produce sabremos más fácil como evitar que reaparezca.
Separa a la persona de aquello que parezca que le produzca molestias o inquietud. Incluso si eres tú mismo el que lo produce, sal de la habitación por algo de tiempo.
Mantén el contacto ocular y habla lentamente y con calma. Los chillidos sacan de quicio a todo el mundo.
Usar sujeciones como cinturones en la cama o en la silla se deben evitar, ya que pueden producir caídas, lesiones en la piel o favorecer la incontinencia.
Otro mecanismo que se suele usar es cerrar las puertas con llave. Esto es algo que aprendí de bien pequeño en casa. Era obligado hacerlo, no por miedo a que alguien entrara, sino para que mi abuela no se fuera. El riesgo es hacerlo cuando están solos, es un riesgo que es mejor no probar.
Sencillas, pero muy útiles estas infografias de @MatiaFundazioa
Pero a veces la alteración de conducta es tan grave que es imposible no usar medicamentos. Quién puede no tener que tratar con fármacos cuando tu pareja está agresiva y ves peligrar incluso tu propia persona. Algunas recomendaciones muy claras, pero sobretodo útiles al usar los fármacos2 son:
• Antes de iniciar un fármaco busca si hay un desencadenante de la conducta. A veces el dolor, una infección, una sobreestimulación o un cambio en el ambiente/cuidador (incluso un corte de pelo que cambie mucho la forma de la cara) pueden producirlo.
• Escoge el fármaco según el síntoma que esté presente. Es probable que las alucinaciones y los delirios respondan a los antipsicóticos. Para la agitación y la ansiedad, el uso de un ansiolítico es más apropiado, y el insomnio persistente podría indicar un papel a corto plazo para un hipnótico.
• El gran axioma de los fármacos en geriatría: “Start low, go slow”. Es decir empieza con un fármaco a baja dosis y haz los cambios de dosis muy despacio.
• Usa un medicamento sólo, a la dosis efectiva más baja. Si usas varios y aparece algún síntoma no deseado, ¿cuál es el fármaco responsable?.
• Revisa cada poco, y con frecuencia, la aparición de efectos adversos. Quizás es mejor hacer 5 llamadas en un mes de 5 minutos, que no una visita presencial de 30 minutos al mes, aunque la recomendación establecida es valorar el efecto cada 6 semanas1,5. El tiempo total es casi el mismo, pero la seguridad es mucho mayor. Y es que hay efectos no deseados que aparecen tempranamente, y otros como los efectos extrapiramidales, que a menudo surgen más tarde.
Otro gran punto, que por ser el último a tratar no es menos importante, es el apoyo social. No sólo el aceptar las ayudas sociales, que a veces tanto cuesta a la persona mayor, no sólo a aquella que sufre demencia, sino el conseguirlas. Este es uno de los grandes déficits de la gran ley de la dependencia. Y como se ha visto durante el confinamiento por la COVID el mantenerlas. Aún a día de hoy las personas con demencia y sus cuidadores sufren las consecuencias de esta pandemia. No sólo al verse disminuido los recursos sociales, con el aumento de alteraciones de conducta que hemos visto todos los que nos dedicamos total o parcialmente a este serio problema. Sino sobretodo en aquellas personas que viven en residencia, al sufrir un importante aislamiento social. Pero este es un tema que da para toda una entrada.
Pero no olvidemos que lo más importante de todo como siempre es una buena base, y no hay mejor base que una buena «formación «. Y para ello todo es válido, incluso usar una novela como «arrugas».
Bibliografía
1. Alzheimer, Society. Optimising Treatment and Care for Behavioural and Psychological Symptoms of Dementia: A Best Practice Guide. Full Colour Version. https://www.alzheimers.org.uk/sites/default/files/2018-08/Optimising treatment and care – best practice guide.pdf?downloadID=609. Accessed August 29, 2020.
2. Macfarlane S, O’Connor D. Managing behavioural and psychological symptoms in dementia. Aust Prescr. 2016;39(4):123-125. doi:10.18773/austprescr.2016.052
5. Decision Aid for Dementia: Assessment, Management and Support for People Living with Dementia and Their Carers Decision Aid Antipsychotic Medicines for Treating Agitation, Aggression and Distress in People Living with Dementia.; 2018.
Este año, como ya empezamos el año pasado traeremos algunas de las entradas con más éxito, o a las que tengo «más cariño» pero en un nuevo formato.
Entradas que gracias a una joven actriz, Cristina Martínez Reig, sentiréis más vivos, y espero más cercanos.
El año pasado comenzamos con uno muy especial para mi. Y hoy os traigo uno muy especial para una gran colaboradora, como es Gema, pero sobretodo amiga.
Si no habéis leído esta entrada os pediría que dediquéis unos escasos 5 minutos, no os arrepentiréis.