Archivo de la etiqueta: personal

La Forja de una Vida

Podría decirse que Carmen es una mujer hecha a sí misma. A sus 86 años ha vivido una vida tan sufrida como el clima y la tierra que la vio crecer, en un pequeño pueblo situado a las puertas de La Mancha. Sabe lo que es vivir en la escasez de una cruel postguerra. Su tenaz estoicismo le sirvió en esos duros años y forjó su carácter, dejando una marca indeleble que explica su particular forma de ver el mundo. Cuando echa una mirada atrás se asombra de cómo ha podido cambiar tanto la sociedad donde vive. Es viuda desde hace 23 años y vive en la misma casa del pueblo a la que un día se mudó al casarse con mi abuelo. Carmen es menuda, de mirada vivaz y pies ágiles a pesar de los años. Es tenaz, disciplinada y afanosa. A sus pequeños ojos asoma una inteligencia innata, una sabiduría antigua que no se aprende en los libros. Sus nudosas manos aún son capaces de coser cuando la vista se lo permite y procura mantenerse activa con cualquier actividad que despierta su curiosidad de niña. Y cuando sale del pueblo echa en falta a sus amigos, pues Carmen tiene una vida social que ya quisieran muchos tener a su edad. Pero para realmente entender su idiosincrasia, es menester retroceder en el tiempo.

Cuando aún no había cumplido un año, mi madre me contó que un camión militar que pasaba por el pueblo reclutando hombres para la guerra se llevó a mi padre a luchar a Teruel – me contaba una tarde de sobremesa.

¿En qué bando luchó? – pregunté yo entonces interesado.

Pues no lo sé, pero tampoco importaba demasiado. Luchabas donde te tocaba. Mi padre nos contó después que peleaban hermanos contra hermanos e hijos contra padres. Pasó frío, hambre y muchas calamidades.

Corría el año 1938. Fue ese un crudo invierno que marcaría el devenir de la Guerra Civil Española en el frente de Teruel. Se calcula que entre 1937-1938 murieron congelados en ambos bandos hasta 15.000 combatientes. Mi bisabuelo Simón (su verdadero nombre era Tomás) no sabía leer ni escribir, pero se las arreglaba para enviar periódicamente cartas desde el frente con el apoyo de un camarada a mi bisabuela Gregoria. Y como ella tampoco sabía leer, buscaba entre las vecinas a alguien instruida que la ayudara con las lecturas. Mi bisabuelo finalmente volvió al terminar la guerra en 1939 tras casi dos años luchando en una guerra que no eligió. Regresó caminando junto a un compañero después de perder a numerosos amigos a manos del enemigo o del General Invierno. Entró en la casa cubierto de harapos porque justo antes de entrar en el pueblo, unos individuos les robaron las pocas pertenencias que tenían. Eran tiempos crueles y difíciles. Al entrar en la vivienda familiar, mi abuela se escondía y lloraba, pues no era capaz de reconocer en las facciones de ese hombre desgarbado y sin afeitar a su propio padre.

Sin embargo el fin del conflicto no supuso el final de los problemas. Carmen fue la mayor de tres hermanos que fueron naciendo sucesivamente en el humilde hogar de los Martínez. Era una casa fría y oscura, con suelo de tierra, prensada de tanto pisar encima y de paredes que había que enjalbegar periódicamente para dar mantenimiento. La vida de la familia giraba alrededor de la chimenea que hacía las veces de calefacción y cocina. En torno al fuego del hogar se sentaban en asientos de esparto y madera con gruesas mantas para mantener el mayor calor posible. Sólo disponían de una bombilla que desplazaban y colgaban de su propio cable según conveniencia para iluminar los rincones más oscuros de la casa. Y en el piso superior se encontraban las habitaciones. Eso era todo. Mi bisabuelo trabajaba por aquel entonces de sol a sol, ocupándose del cuidado de los animales en la casa de un rico del pueblo y recibía un salario de 500 pesetas al año con el que debía mantener a su familia. A pesar de una vida tan espartana, siempre se las arreglaba para alejar el hambre de su hogar. Poseía el ingenio y la maña que en tiempos de vacas flacas suelen manifestarse en personas de mente despierta. Mi bisabuela Gregoria, siempre que tenía oportunidad trabajaba en campo, ya fuera recolectando yeros, guijas con las que cocinaba gachas para la familia o bien se ganaba unas pesetas en la recolección y limpieza de la rosa del azafrán. Todas las mañanas echaba la llave de la puerta de la casa por fuera para ir a trabajar, encargando a Carmen el cuidado de sus hermanos. Pero el espíritu aventurero de los niños se despertaba una vez quedaban solos, atreviéndose a salir a la calle. La primera en cruzar la ventana era la mayor. Y si no había “moros en la costa”, su hermana Felicidad le pasaba al pequeño Jesús de dos años de edad para luego salir ella. En el momento que los labradores regresaban de faenar del campo y antes de ser sorprendidos, ingresaban rápidamente a través de la ventana en el mismo orden en el que salían. Nunca les descubrieron.

Madre, quiero ir a la escuela como mis amigas – dijo sollozando por enésima vez una Carmen de ocho años– Quiero aprender a escribir y leer.

Ya te lo he dicho mil veces, hija, tienes que cuidar de tus hermanos mientras tu padre y yo trabajamos. No puedes ir a la escuela.

Tanta fue la insistencia de la pequeña Carmen y tantas sus ganas de aprender que un buen día Gregoria se animó a llevarla a la escuela, previa visita al señor cura para que le hiciera la correspondiente “papeleta”. Sin embargo, la maestra de infantil no la aceptaba por su edad y tuvo que hablar con la profesora que instruía a niños más mayores. Su nueva maestra no estaba dispuesta a que el resto de niños se retrasara en las lecciones debido a la nueva incorporación, así que encargó a unas niñas que le enseñaran los rudimentos de la escritura y la lectura. Cuando todos en la familia se retiraban a dormir, en el silencio de la noche la pequeña Carmen se quedaba a los pies de la escalera haciendo sus deberes con la única compañía de la bombilla que prendía de una escarpia en la pared.

Al final hasta era capaz de leer mejor que mi amiga Obdulia, y eso que ya llevaba más tiempo que yo en la escuela. Estuve tres o cuatro años aprendiendo a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, hasta que mi madre me puso a servir con 12 años, primero en el pueblo y al año siguiente me mandó a una casa de ricos en Benicarló. Ya no había dinero para mantener a toda la familia. Aprendí a hacer bien la cama, a limpiar, planchar, cocinar e incluso zurcir. Hablaba con mis padres por carta todas las semanas y regresaba al pueblo una vez al año, para las fiestas o bien Navidad. Tras ocho años sirviendo en Castellón y después Barcelona, volví al pueblo.Volví porque un médico me recomendó cambiar de aires porque el agua de la costa era perjudicial para mi vesícula. Me dijo que tenía piedras del tamaño de castañas y que me haría bien regresar al pueblo. Así que dejé al novio con el que andaba por entonces y volví con mis padres. Al poco, conocí a tu abuelo y nos casamos.

Mi abuelo era un hombre hecho al campo, serio, estricto y muy trabajador. Un hombre de ideas fijas, costumbres arraigadas y verbo escaso pero irrefutable. Carmen siempre que tenía oportunidad le ayudaba en las labores del campo. Los inviernos en La Mancha Conquense son tan duros como sus gentes. Recuerda con nitidez cómo en época de recogida de la aceituna y para evitar los molestos sabañones, se calentaba las manos en los bolsillos con unos cantos calentados en la hoguera en los momentos de descanso, que eran escasos. Almorzaban gachas, torreznos, migas de pastor o potaje preparado a fuego lento la tarde del día anterior. La aceituna se recogía ordeñando el árbol rama por rama, nada de usar varas para golpear al olivo como hacían los señoritos de Andalucía, solía decir. Arpillera y espuerta. El fin de la jornada venía marcado por el ocaso, cuando las sombras se hacían más largas y el cielo se vestía con tonos rojizos y malvas.

Muchos lustros han pasado desde entonces. Los recuerdos se agolpan en la mente inquieta de Carmen y la mantienen anclada a esta vida que transcurre fugazmente. A   veces se siente sola aunque pocas veces lo verbaliza. Son muchas las personas que se han marchado a su alrededor. Su actividad y disciplina la ayudan a mantener un cuerpo ágil a pesar de los años. Ha superado recientemente un cáncer tras sufrir los estragos de una cirugía, quimioterapia y radioterapia con muy pocas secuelas, pues posee una naturaleza fuerte.

Tiene decenas de dichos y refranes para cada momento y conserva el hábito de la lectura leyendo los Evangelios. Y aunque se queja de olvidos frecuentes con algunas de sus recetas, sigue cocinando como los ángeles. Es buena confidente y consejera. Y si un día le confiesas que has tenido un roce o percance con alguien, termina su consejo con un refrán:

“Amigos ya no hay amigos,

Que el más amigo la pega,

No hay más amigo que Dios,

Y un duro en la faldriquera’’

Víctor Rojo Valencia

Facultativo Especialista en Medicina Interna

Eutanasia vs cuidados paliativos, que cansino

Igual esta entrada está algo «pasada de moda». Pero en los meses de Noviembre suelo hablar de cosas relacionadas con «la muerte». Ahora por cuestiones por las que no tengo mucho tiempo para redes sociales me he guardado una respuesta para aquí, para hacerlo con más calma. Y es que ya hace un par de meses volvió a rebrotar un debate en twitter a raíz de uno de los trámites legales sobre la ley de eutanasia.

Ya expliqué mi posición personal de estar a favor de la legalización de esta ley. Y como bien decían algunos en internet este septiembre, yo también me sumo al cansancio de mezclar en un debate «de combate a todo o nada» a la eutanasia contra los cuidados paliativos. Así un debate que da para mucho más, en algo que deberían ir de la mano, se convierte en una «lucha fratricida» sin sentido y que hace que no hablemos del fondo de la cuestión.

Seguir leyendo Eutanasia vs cuidados paliativos, que cansino

Desfase cero

En un mundo en el que todo fluye, que no para ni tiene interrupciones. Los habitantes somos como robots, seguimos una rutina de forma diaria sin pensar en que queremos o no queremos hacer, que nos gustaría o no nos gustaría hacer.

Pero, ¿qué pasa en la realidad?

Que tiene que pararse el mundo ya que si no; nosotros no paramos.

Quizás esto es lo que la Tierra nos ha querido decir. Nos quiere dar una lección de vida, nos ha obligado a interrumpir toda actividad de forma mundial ya que, si no, sabe que nosotros no lo haríamos.

Ha tenido que crear ‘un bicho’, ¡y qué maldito bicho!, que se expande rápido. Y así ha sido; continente a continente, país a país y ciudad a ciudad gracias (o no) a la globalización.

Mirábamos incrédulos a lo que ocurría a miles de kilómetros nuestros, pero no, esto sólo estaba comenzando y era nuestro presente también. Viéndolo venir, seguíamos ciegos porque no pensábamos que esa situación era nuestro presente.

Veis, ha sido así. ¡Qué ilusos!

Pero, de repente llegó.

Comenzó la cuenta de 300, 1000, 10000, 100000…. casos. Las noticias eran películas de acción; y, además, de las largas. No daban tranquilidad, era tensión constante.

Iban pasando los días y, la gente empezaba a hacer caso.

Pararon, paramos.

Algo inaudito, ¿verdad?

Interrumpir nuestro día a día.

Parar nuestros quehaceres, crear nuestra oficina en casa, cerveza conjunta en compañía de videollamadas, transformar el salón en gimnasio, una rutina en casa como nunca antes habíamos imaginado. Contactar con nuestras familias a diario porque en la distancia todo se magnifica. Tirar la basura era el mejor momento del día junto con aplaudir y saludar a los vecinos a las 20h.

De todas formas, para los que sí salíamos a la calle día tras día, a trabajar y dar todo en los hospitales, las calles y carreteras se habían transformado en lugares inhóspitos, ya no eran lo que conocíamos. Hasta te sentías que no pintabas nada en ellas, las querías llenas de señores con cachava, niños jugando con pelota, grupos de adolescentes. Básicamente, necesitabas bullicio.

Sin embargo, los semáforos cambiaban de color sin esperar peatón que cruce; los patios de colegio se quedaban en soledad sin gritos ni juegos; las paradas de autobús se quedaban sin gente en la marquesina; los ascensores sin conversaciones del tiempo que iba a hacer; los coches llenándose de hojas porque no pensaban en sus salidas de fin de semana; las salas de cine sin estrenos empezaron a perder el olor a palomitas; los restaurantes vacíos sin terrazas al sol; los partidos de fútbol se veían desde casa repetidos; y las salas de teatro o los conciertos con el telón sin abrir y sin público en los asientos.

¿Cuánto hemos cambiado y en qué poquito tiempo? Todo esto ha ocurrido en los últimos 60 días. Hemos ido adaptándonos, no nos ha quedado otra opción.

Así sí

Ahora, al menos, ya sabemos que lo podríamos tener que volver a hacer si ahora lo volvemos a hacer mal. Pero sé que no lo haremos, hemos aprendido, o eso espero. Siempre hay que pensar en positivo.

Hemos sido responsables, hemos realizado un esfuerzo, hemos respetado y ayudado a los más vulnerables, a nuestros ancianos.

Nos hemos quedado en casa por ellos, por salvarnos, por salvarlos.

Ellos que han trabajado desde los 10 años, ellos que no pudieron ir a la escuela, no tuvieron esas oportunidades, que vivieron una posguerra y pasaron hambre, pero salieron adelante, trabajaban días enteros sin quejarse, conformándose, hicieron que los alimentos no faltarán en la mesa día tras día para sus hijos y que luego, se hicieron cargo de sus nietos.

Entonces, llega la desescalada. Acaba de empezar y creemos que todo ya terminó.

Que la pesadilla finalizó, que todo lo vivido ya no volverá.

Es otra fase, sí, pero igual o más importante que la primera.

Hay que ser igual de responsables que lo que hemos hecho hasta ahora. No lo estropeemos ahora.

Hay que seguir manteniendo la distancia, aunque te apetezca abrazar a tu amigo del alma que no has visto estos meses, o a tu abuelu-baba-tato-yaya…

Hay que seguir lavándose las manos después de salir a jugar con tus críos, aunque no hayan tocado a ese perro que tanto les gusta.

Hay que seguir dejando el bolso y las llaves en esa caja al lado de la entrada, aunque cada vez que la mires se te pongan los pelos de punta.

Hay que seguir limpiando el móvil y tus manos después de usarlo, aunque te parezca una locura.

Hay que seguir tosiendo al codo o llevar la mascarilla cuando tienes ese moquillo que se te cae por la nariz.

Hay que seguir igual de civilizados.

Así no

Con las mismas ganas que antes, pensando que esto lo pasamos juntos.

Cuando acabe esta etapa,

cuando los hospitales vacíen sus camas,

cuando las urgencias se vuelvan a llenar,

cuando los restaurantes tengan lista de espera,

y, en las salas de cine se peleen por la fila 1.

Solo espero poder acordarme de lo vivido,

de que una vez paramos

y todos hicimos lo que debíamos:

disfrutamos del día a día,

nos preocupamos de nuestra salud y la de los nuestros.

Lo miraremos con perspectiva,

y suspiraremos con alivio.

Marta Arroyo Huidobro

Médico residente CSAPG

La pérdida

Todos hemos perdido algo en estos meses de guerra incesante, una guerra invisible y tan devastadora que en un espacio tan corto de tiempo, parece que va a diezmar a más personas que la Segunda Guerra Mundial.
Hemos perdido el tiempo. Eso que es tan valioso y que nunca recuperaremos. Tiempo para ganar al virus, para proteger a la población, para tratar a todo el mundo en lugar de esperar en casa a que entrarán en las UCIs que no daban abasto. Para proteger a los sanitarios…
Hemos perdido trabajos, sueldos, dinero, abrazos, besos, reuniones…. Hemos perdido los juegos de los niños, el cole, la bici. Son los que mejor se han portado, los que lo entienden todo a la primera y son más responsables de lo que se les debería pedir. “Aunque no lo veas, no lo pierdas de vista”. Esta es la despedida nocturna diaria de mis hijas. Ellas han perdido la confianza de que un día exista la posibilidad de no volverme a ver.
Muchos habrán perdido la fe. Así, cada uno con su historia, con su problema, con su desgracia.
Muchos han perdido lo más importante: han perdido la vida. Personas jóvenes, mayores, muy mayores. Y sus familias han perdido la oportunidad de despedirse, no les han vuelto a ver después de dejarles en la puerta del hospital. Hemos perdido una oportunidad preciosa de evitar muchísimas de estas pérdidas. Chicos jóvenes con toda la vida por delante, madres y padres que dejan a sus hijos,  abuelos que no volverán a cuidar de sus nietos.  Famosos, pobres, ricos… no hay distinción. Pero la pérdida es la pérdida.
¿Y qué hemos perdido los sanitarios? Yo he perdido el sueño, no poder abrazar a mi familia, no acercarme por miedo a contagiarles… algunos me decían que me fuera de casa, que sacara a mis hijas de ahí, pero no. Me he negado a perder a mi marido y a mis hijas. Aunque todos los días me siento culpable por si les pasará algo por mi culpa.
He perdido las charlas con mi hermana y con mi mejor amigo, que ahora son a distancia o por teléfono. Pero no es lo mismo… Me estoy perdiendo a mi sobrino.
He perdido muchos compañeros, conocidos o no, duele como si fueran tuyos. El ver la sonrisa de mis enfermeras y auxiliares, y la mía propia. Porque no me sale.
He perdido seguridad, porque entro a ver a mis pacientes envuelta muchas veces en bolsas de basura y sin saber si soy yo la responsable de su contagio. Que me contagien a mi ni lo sé ni me importa. No me han dejado hacerlo mejor.
He perdido la confianza en todos los que no están al pie del cañón. Ocultando información, creando esa incertidumbre que tanto les gusta, enfrentándonos unos a otros, como si de una batalla se tratara. Divide y vencerás.
Y sobre todo, he perdido pacientes. Aunque firmemente creo y espero que todo el mundo piense igual, no por nuestra “culpa”. Cómo les gusta algunos esa palabra… “habrá sido por tu culpa, habrá que compartir responsabilidades “. No, lo siento, no las comparto. Hemos trabajado como nos han dejado, como hemos podido, sin descanso, sin pedir nada a cambio. Porque es lo único que sabemos hacer. Ni héroes ni nada. Terminaremos siendo los villanos que siempre nos quieren hacer. Porque somos los únicos que no eludimos nuestra responsabilidad. No os olvidéis de esto. Y cuando quieran depurar esas responsabilidades y todas recaigan sobre los médicos, espero que os acordéis de todos esos aplausos, de todas esas fotos, de todos esos sanitarios que han muerto dando la vida por vosotros, por vuestras familias. La memoria es lo que tiene, que también se pierde fácilmente.
Yo he perdido el miedo a todos los que no nos dejan trabajar como debiéramos, como se merece el paciente, como nos merecemos nosotros. Como nos gusta trabajar. La consideración y reconocimiento por parte de las autoridades es nula. He perdido la fe en la justicia ( la verdad es que esa hace ya mucho tiempo ) Todo está escudado en una guerra en la que “se hace lo que se puede”. Mentira. Se ha podido hacer mucho más, mucho mejor. Me diréis que divago, que soy una demagoga… os aseguro que no. Una mascarilla a la semana y un EPI lavado y relavado cuando acaban de recetar una mascarilla FPP2 a toda la población de la comunidad de Madrid…. Estamos perdiendo el norte.
Eso sí, he ganado en cariño, en valorar los te quiero, los abrazos que no existen, los besos robados con miedo. Y he ganado en paz. En la Paz de haber intentado hacer todo lo posible, lo imposible para hacer mi trabajo como debe ser. Aunque a otros no les importe. Igual que todos mis compañeros.
La pérdida nunca la recuperaremos. Espero que los que os encargáis de esto (desde el primero hasta el último mandamás, del color o del hospital que sea) no sigáis perdiendo la cabeza y os ganéis el respeto que muchos ya os hemos perdido.
A las palabras de “no creemos que los sanitarios aguanten otra crisis como esta” o algo así…. que equivocados estáis. Nosotros seguimos aquí. Somos de otra pasta. Quizá las que no aguanten sean vuestras conciencias…
Mi aplauso hoy es para mis grandes pérdidas, mis pacientes de 80 a 100 años, de mi hospital, de cualquier hospital, de las residencias… y para sus familias. Ese tiempo perdido ya nunca volverá.

 

ac59e668-c3e8-4e60-818a-f19ceffd957d
No sabemos de quien es la foto, pero mi aplauso va por ellas

 

Gema Domínguez de Pablos
Médico especialista en geriatría
Hospital Guadarrama

 

Edadismo: edición Springfield

Hace unas semanas viendo Los Simpson (como llevo haciendo años y años) vi una escena, que aunque la conocía de memoria, me hizo reír mucho. Era una secuencia que jugaba con el edadismo y la burla a la persona mayor. El edadismo, que es la discriminación hacia las personas mayores estrictamente por su edad, es algo que no sólo me preocupa a mí, como podéis comprobar en la entrada previa donde nos juntamos unos cuantos a debatir sobre este tema gracias a @antonreina

A pesar de que soy un firme defensor de los derechos de las personas mayores, es mi forma de vida, el humor de los Simpson hace que baje la guardia durante los 20 minutos que dura el capítulo, no voy a flagelarme por ello. 

Aprendiendo de esta experiencia propia decidí hacer un recopilatorio de las escenas de Los Simpson que tratan sobre edadismo, mitos y estereotipos sobre los mayores, maltrato al anciano, residencias etcétera. Tirando de memoria, de internet y de un capturador de vídeo recopilé algunas de las secuencias e hice un hilo con ello en Twitter. Ha tenido buena aceptación, no sé si proporcional al esfuerzo, pero al menos creo que hice reflexionar a un buen puñado de twitteros y he recibido algunas felicitaciones por ello.

Si lo viste en twitter sabrás de lo que hablo, en caso contrario puedes verlo en este link al hilo en mi cuenta y además, si te apetece, puedes comenzar a seguirme en la red del pajarito.

Si lo prefieres puedes seguir en este gran blog de geriatría para ver los vídeos. Son vídeos de Youtube, prácticamente los mismos que puse Twitter. La diferencia es que no están cortados por mí, son unos segundos más largos y quizá se cuele algún elemento extra, pero creo que merece la pena pasar un ratito viéndolos. Debajo de cada vídeo dejo el mismo comentario que usé en Twitter.

Los mayores con necesidad sexual son depravados

No queremos ver qué los mayores han tenido y tienen relaciones sexuales
A esto se le llama maltrato económico
Y a esto maltrato por abandono


Mito: Los mayores y los jóvenes no tienen nada en común y se aburren juntos
 
Estereotipo: los mayores son inflexibles
 
Estereotipo: los mayores son tacaños y consumidores de recursos. Vemos cómo no da limosna y exige ayuda en la seguridad social

COMBO de estereotipos y mitos para reflexionar: Los mayores son tan iguales que se confunden + los ancianos en residencias están todos solos + los demás miramos para otro lado

Estereotipo: los mayores son incapaces de aprender nada nuevo, se quedaron anclados en lo que aprendieron de jóvenes
Mala costumbre, cuando una persona mayor dice algo que no entendemos creemos que padece demencia. Súmale el maltrato al enfermo con demencia. En este caso era cierto que al abuelo le habían contratado como guionista de rasca y pica y le pagaban 800$ por semana

Caso contrario, cuando el Alzheimer comienza, el paciente lo oculta y la familia no lo detecta.

Estereotipo: todos los mayores son frágiles

Y por último, el modelo de atención contra el que todos debemos luchar.

Espero que os resulte tan divertido verlo como lo fue para mi realizarlo. Además deseo que hayáis sacado algunas conclusiones importantes. 

 

Jonathan Caro

Nota de Oscar Macho. Ha sido todo un lujo haber contado con Jonathan estos meses colaborando con este blog. Se pierde un gran colaborador, pero se gana un nuevo blog que no nos podemos perder https://geriatriaenelespejo.com/

 

#GeriatriaCultural una recomendación de salud

Hoy toca #GeriatriaCultural. Este es el apartado más difícil de realizar de todos. Y es que no es fácil conseguir a una persona que colabore. Por eso daré mil gracias a mis compis como Liane o Silvia, o a mis “amistades tuiteras”, como @fonenvillamocos o @daperezm, que me facilitaron el camino, pero también de los muchos otros que han colaborado desinteresadamente.

Pero hoy quería hablaros de porque pienso seguir con este apartado. Y es que ya tengo una razón científica. Y es que acaban de salir dos estudios en relación con este tema.

El primero recién publicado en el “Alzheimer’s Dementia” trata sobre la importancia de las actividades recreacionales, deportivas y culturales. Para ello han seguido a unas 2600 personas alrededor de 11 años. Al principio miraron no sólo aspectos clínicos, como la exploración física, sino que también miraron las relaciones sociales y las actividades que realizaba cada persona. Por actividades no sólo era si hacían ejercicio, como caminar o hacer deporte, incluyendo al golf como deporte. Sino que también miraban todo tipo de actividad. Desde coger moras, la jardinería, leer libros, jugar a las cartas, tocar u oir música, pintar, usar internet, ir al cine, a museos o a exposiciones de arte, ser voluntario, bailar… Valía hasta jugar al bingo. Es decir miraban todo lo que conlleva tener una vida activa.

Y cuál es la conclusión. Pues que los factores de riesgo cardiovascular estaban asociados con el riesgo de demencia, que ya es conocido. Pero sobretodo que el riesgo de desarrollar demencia en las personas con factores de riesgo cardiovacular es mucho menor, hasta un 67%, en aquellas personas con vida social activa o buena red social. Es más, otra conclusión interesante es que se puede retrasar el inicio de una demencia en 3.5 años en aquellas personas con alto riesgo cardiovascular.

 

El segundo estudio, también recién salido del horno, es tan importante, como que es de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Quizás ya lo habréis leído en prensa.

oms.PNG

Y es que este informe, que resume más de 3000 estudios con relación entre el arte y la salud. Destaca que el  arte puede afectar sobre la salud, previniendo enfermedades, como la diabetes, la obesidad, el Parkinson o la demencia. Y por arte nos referimos desde ir a conciertos, a bailar o tocar música, o leer o escribir. Sin olvidar la fotografía, la escultura o artesanía. Incluso consideran las artes digitales y animaciones. O las actuaciones de payasos, que reducen la ansiedad, el dolor y la presión arterial, especialmente en el caso de los niños, pero también en el de sus padres en casos de emergencias.

Y este beneficio del arte se ve desde la más tierna infancia, por ejemplo «los niños a los que los padres les leen historias antes de dormir tienen un tiempo de sueño más largo y mejor concentración en la escuela».

Pero el arte no sólo mejora la salud, sino que también facilita la promoción de la salud, y también puede mejorar la cohesión social y reducir las desigualdades sociales.

Es más es tan importante que dan una serie de recomendaciones, por  ejemplo:

  • Garantizar en las comunidades la disponibilidad y accesibilidad de los programas artísticos relacionados con la salud
  • Apoyar a las organizaciones artísticas y culturales para que la salud y el bienestar formen parte de su trabajo
  • Concienciar públicamente sobre los potenciales beneficios para la salud que conlleva la participación en actividades artísticas
  • Incluir las actividades artísticas en la formación de los profesionales de la salud

Así que actividades como poner un punto de lectura en un centro de salud, o este apartado, ya no sólo es por opción personal, sino que podemos decir que es una recomendación de la OMS.

 

Biblografía

Wang Z et al. Leisure activity and social integration mitigate the risk of dementia related to cardiometabolic diseases: A population-based longitudinal study. Alzheimers Dement. 2019 Nov 9. pii: S1552-5260(19)35372-5. doi: 10.1016/j.jalz.2019.09.003.

Daisy Fancourt, Saoirse Finn. Health Evidence Network synthesis report 67. 2019, ix + 133 pages. ISBN 978 92 890 5455 3

¿Es malo estar a favor de la regularización de la eutanasia?

Esta entrada es la que más me ha costado escribir, y a la vez la que menos.

Tengo tan clara mi opinión, que no me ha costado nada escribirla. Pero me ha costado varios años atreverme a hacerlo.

Ser médico y decir que estoy a favor de que se regularice la eutanasia creo que es algo que no está bien visto, es más puede ser hasta peligroso.

dmd carne.jpg

Seguir leyendo ¿Es malo estar a favor de la regularización de la eutanasia?

Cómo queremos ser tratadas las personas con déficit de memoria

En una fecha tan especial para alguien que trabaja en geriatría, como es el día mundial del Alzheimer que se celebra el 21.09 de cada año, no puede faltar una entrada especial.

Pero si además uno tiene la suerte de trabajar en una ciudad que es la primera ciudad amigable con las personas con demencia de España (Dementia Friendly), cómo no os lo voy a contar.

Y todo ello gracias al «spai social» de la fundación Catalunya La Pedrera donde se realiza el programa REMS (programa de refuerzo y estimulación de la memoria y la salud) que se inició en 2013. La fundación Catalunya La Pedrera cuenta con 23 «spais socials» en Cataluña donde se realiza el programa REMS, pero fue justo en el de «mi ciudad», Vilanova i la Geltrú, donde se ha desarrollado y publicado el decálogo «Cómo queremos ser tratadas las personas con déficits de memoria”. Este decálogo, editado en septiembre de 2018 (el año pasado no me dió tiempo a presentarlo), lo han hecho las propias personas que asisten al programa REMS.

Este programa, consiste en un tratamiento no farmacológico que promueve y refuerza la autonomía personal con tres pilares de actividades: cognitivas, físicas y de socialización, dinamizadas por un equipo interdisciplinar. Estas actividades están basadas en su historia de vida y preferencias, y se aplican los principios de la atención centrada en la persona (ACP).

Está dirigido a personas que presentan deterioro cognitivo leve o moderado debido a una demencia (Alzheimer), Parkinson, ictus…; y a sus familias.

En el programa ellos mismos, entre otras cosas, son los encargados de escoger la actividad que desean hacer.

 

Tener problemas de memoria no significa que no pueda escoger lo que quiero hacer

Pero no sólo se trata de hacer un decálogo (que lo podéis ver al final) y ya está, sino que también es importante publicitarlo, hacer que llegue más allá, y sobre todo que toda la ciudad se impregne de esta mentalidad.

Para ello se ha contado con la colaboración del ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú, se han organizado talleres o charlas con museos locales o en el mercado, o realizando talleres de cocina utilizando el recetario de la propia Fundación Catalunya La Pedrera “Recetas para que no se nos vaya la olla”. Recetario pionero, dirigido a personas con deterioro cognitivo.

El decálogo es muy sencillo y clarificador como podéis ver.

decalogo demencia

 

Pero por si acaso no lo ves claro, ellos mismos te lo dicen.

 

 

 

Y si quieres tener más información pues es muy fácil, ponte en contacto a través del mail: impuls.social@fcatalunyalapedrera.com

 

Reflexiones geriátricas de un anestesista por Miguel A. Díaz Fuentes

Este curso reiniciamos la sección #GeriatriaCultural con un invitado de excepción como es el dr Miguel A. Díaz Fuentes, o @diazolam

Es un honor tener una colaboración de alguien a quien sigo diariamente por twitter y que siempre consigue hacer algo muy difícil, como es arrancarnos una sonrisa, cuando no directamente una carcajada.

Pero no sólo es alguien que escribe «cosas graciosas». Si pasáis por su antiguo blog piensaenalgoagradable veréis otro lado que nos muestra alguna vez en sus hilos, pero que aquí nos enseña en profundidad, como es el amor. Y es que como recoge en una de sus entradas:

“La vida es corta: rompe reglas, perdona rápido, besa despacio, ama de verdad, ríe fuerte y nunca te arrepientas de algo que te hizo sonreír”

diazolam.jpg

Reflexiones geriátricas de un anestesista mientras nada

Resulta curioso que tu mente tenga tiempo para pensar y reflexionar en mitad de un ejercicio físico. Esto es lo que me sucede cuando clavo mi mirada en la interminable línea azul del fondo de la piscina, cada vez que me atrevo a perpetrar un par de kilómetros de natación. Alrededor de una hora en la que, imbuido en un medio nada hostil (pues al fin y al cabo nos pasamos nuestros “primeros nueve meses de vida” flotando en líquido amniótico) te sumerges en tus propios pensamientos, contando largos y brazadas con la ayuda de unos tapones que protegen del agua a los oídos pero también te proporcionan un silencio en el que salen a flote ideas, temas y recuerdos.

De repente, preocupado por acompasar tu respiración y optimizar tus movimientos de crol, te asalta la duda de un futuro lejano pero cada vez más preocupante: ¿me espera en la vejez un escenario en el que el olvido y la demencia sean los dueños de mi pensamiento? Reconozco que es una osadía afirmar, en los tiempos que corren, que uno va a llegar a viejo… Pero imagino que será el deseo común de todo aquel que tenga cierto aprecio por su existencia y anhele disfrutar de su limitada estancia en esta porción del Universo en la que nos ha tocado vivir. De cualquier manera, una vez dado por hecho que podremos alcanzar la senilidad, la cuestión previamente mencionada surge de manera repetitiva cada cierto tiempo en mi cerebro, todavía capacitado para plantearse ésta y otras muchas dudas que nos asaltan a diario.

Un escenario vital dominado por las dudas, la frustración y la pérdida progresiva de memoria, sobre todo para hechos recientes, así como de la capacidad de orientación y de reconocimiento de fotos, rostros… El entorno se volverá hostil, rodeado por potenciales desconocidos y laberintos insalvables para llegar a algún lugar al que antes hubieras accedido casi con los ojos cerrados. El déficit del lenguaje complicará todavía más la manera de comunicarse con la familia, los amigos… Una familia que un buen día será la primera en darse cuenta, por razones de proximidad, de que ya no tiene delante al que fue toda su vida, sino que ahora contempla a un sucedáneo del original: un nuevo personaje, bastante diferente al anterior, que ahora también verá casi como extraños a esposo/a, hijos y demás “figurantes”, los cuales ahora interactúan con su existencia.

piscina.jpg

Y siempre me asaltan dos preguntas cuando reflexiono sobre este tema flotando en esa bañera de 25 metros de largo: ¿a dónde se irá todo el conocimiento, la capacidad intelectual y la sabiduría que has ido atesorando a lo largo de tu vida? ¿Y el amor que sientes y has sentido por tus seres queridos, a los que ahora apenas reconoces salvo en fotografías datadas décadas atrás? Me resulta decepcionante caer en la cuenta de que todo lo que has sido capaz de aprender, tus habilidades, tu bagaje intelectual, se escurran por el sumidero de la demencia antes de que la muerte lo haga inevitable. Pero me niego a asimilar que, una vez instaurada esa patología que engulle recuerdos y tritura la memoria, todo el amor que un día sentiste por tu familia desaparezca como por arte de magia. Prefiero pensar que se oculta en un recoveco de nuestras circunvoluciones cerebrales, asustado por la confusión con la que ahora tiene que lidiar a diario.

Todo esto no hace sino justificar de alguna manera mi afición por escribir las tonterías que a veces asaltan mis pensamientos, acompañando al insomnio habitual. Al menos sabré que hubo un día en el que plasmaba en un papel las cuatro palabras que tenía preparadas para dar mi opinión acerca de distintos temas. Y que uno de mis preferidos era el amor y todo lo que rodea a una relación sentimental… por si algún día perdiese esa capacidad para reconocer y seguir amando a las personas que más quiero.

Miguel A. Díaz Fuentes

¿Y no hacemos nada?

Poco antes del verano tuve la oportunidad de participar en un encuentro muy especial como fue #hemosmatadoalamuerte, donde aparte de plantearnos muchas cosas, Ester Risco planteó una gran pregunta: ¿hemos instrumentalizado la muerte?.

Pues en mi día a día, en el que hago un poco de todo, desde ortogeriatría (como interconsultor de trauma), a agudos, pasando por gestión, también hago algo de paliativos, o lo que prefiero llamar: cuidados al final de la vida. Así que me atrevo a contestar que sí. ¿Pero cuál es vuestra opinión?. Así que esta semana me atrevo a repetir la #preguntamaliciosa con esta pregunta de #hemosmatadoalamuerte

untitled

Con dar la mano a veces ya curas

Seguir leyendo ¿Y no hacemos nada?