Poco antes del verano tuve la oportunidad de participar en un encuentro muy especial como fue #hemosmatadoalamuerte, donde aparte de plantearnos muchas cosas, Ester Risco planteó una gran pregunta: ¿hemos instrumentalizado la muerte?.
Pues en mi día a día, en el que hago un poco de todo, desde ortogeriatría (como interconsultor de trauma), a agudos, pasando por gestión, también hago algo de paliativos, o lo que prefiero llamar: cuidados al final de la vida. Así que me atrevo a contestar que sí. ¿Pero cuál es vuestra opinión?. Así que esta semana me atrevo a repetir la #preguntamaliciosa con esta pregunta de #hemosmatadoalamuerte
Con dar la mano a veces ya curas
Para defender mi posición, me gustaría contaros algo que me ha pasado hace poco.
Todo ha surgido cuando me ha preguntado una compañera «¿y no hacemos nada?». A lo que le contesté que estábamos haciendo mucho. Es más, estábamos haciendo todo lo que teníamos que hacer, que es curar y acompañar.
Pero vamos a empezar por el principio. Y es que en uno de mis turnos veraniegos de llevar la planta de subagudos ingresó María. A María la llevaron a urgencias un sábado desde la residencia por fiebre y porque no comía hacía días.
A la hija le entró el miedo de perderla y pidió una ambulancia. Esta era la cuarta vez que ingresaba por una u otra razón en el hospital. Y el alta del anterior ingreso, por lo mismo, había sido hacía sólo tres días.
En urgencias lo habitual, analítica con vía tras un par de intentos, para empezar sueros sin esperar el resultado de la analítica, que llegó «sorprendentemente y extraordinariamente» con todos los parámetros dentro de la normalidad. Se sonda para recoger un sistemático de orina que sale patológica (os recomiendo ver la entrada de la bacteriuria asintomática).
Y qué vas a hacer desde urgencias si te llega una persona que te dicen que no come, y que tiene fiebre (37.1ºC), en no vamos a mentir, que una situación bastante delicada. Pues tiras «palante» y la ingresas con toda la parafernalia: sueros, antibiótico. Y oxígeno, con una saturación del 95% y con una frecuencia respiratoria de 22. Pero por si acaso, que no sabemos que puede llegar a pasar, y la verdad es que «la pinta es muy mala».
Lo «raro» es lo que viene luego, que es una valoración completa, como es la valoración geriátrica integral, y te dedicas a hablar con todos.
Los geriatras, los «cotillas» de la sanidad
Y empezamos con la persona que ha ingresado. Y digo la persona, porque aunque no habla, sí se comunica. Comunica como se relaciona, como interactúa con el resto de personas, cuando no es capaz de seguirte con la mirada, porque mira a un punto fijo, como al vacío. Porque se comunica cuando cierra la boca cuando intentas darle algo de comer o de beber. Ves que «está en los huesos» y que no se puede sentar, porque está toda flexionada y «engarrotada». Ves como está cuidada cuando ves que tiene una gran úlcera en el sacro y otra en el tobillo, pero están todo limpias a pesar de ser incontinente y con unas protecciones, igual de limpias, traídas de la residencia.
Hablas con la hija que te dice que ya sabe que está muy mal, pero seguro que algo se puede hacer, que no se puede morir. Que aunque está en la residencia, ella la quería tener consigo. Pero que con el trabajo y la familia ya no daba para más. Y por eso cuando le dijeron que tenía plaza en la residencia dijo que sí. Pero no quiere perderla, y «en la residencia no hacen nada. sólo me ofrecen morfina, no como en el hospital que ME hacéis de todo» (algún día me encantará hablar de este ME). Además las otras veces que ha ingresado por lo mismo en los últimos meses, con suero y antibiótico «se ha puesto buena». Aunque «la última vez la dieron de alta sin conseguir que comiera nada, y así, comiendo uno o dos yogures, como mucho, al día está hace unos 20 días».
Hablas con el equipo de la residencia, al que ya conoces, porque has hablado con ellos muchas veces por otras cosas. Es lo bueno de trabajar en un sitio pequeñito, que al final nos acabamos conociendo todos. Estos te dicen que han hablado muchas veces con la hija. Que a pesar de que la trata una psicóloga del equipo, lo está llevando muy mal. Que es la cuarta vez en tres meses que ha ingresado. Una por la orina, la segunda por broncoaspirarse, y la última por no comer. Que cada vez está más apagada, con más imposibilidad para comer. En el segundo ingreso le ha salido la úlcera del sacro estando en el hospital, y cada vez está peor. Que a la hija se le ha propuesto tratar los síntomas que presente, que se la ha propuesto incluso que vengan los de PADES (paliativos a domicilio) pero que no lo acepta. Que desde que ha vuelto del hospital, hace ahora tres días, no hable la boca y la hija no lo aguanta. Y como la última vez, la hija ha decidido pedir una ambulancia para llevarla al hospital. Ya se imaginan que ha quedado ingresada, porque «como no ha vuelto». Y daban por hecho que estará en el hospital una semanita y vuelta a la resi, a seguir la rueda, hasta que la rueda se pare por si sola de un frenazo.
Nada más que añadir
Así que si haces como recomienda @mlalanda, y piensas en todo desde el principio, ves que quizás lo sensato y más adecuado es «parar la rueda» apoyando la decisión tomada en la residencia. Y todo porque estamos claramente ante una situación de terminalidad de órgano, así que quizás lo mejor es adecuar el esfuerzo terapeútico (cuantos palabros tenemos) y continuar haciendo lo que están proponiendo en la residencia. Y es que a veces pensar es duro y te obliga a tomar decisiones que no gustan a los demás, pero para eso se supone que estamos. Lo hablas con la hija, que después de una hora hablando, y llorando, vuelve a decir «por favor que no sufra». Entonces decides quitar toda la «parafernalia hospitalaria», y esperar a ver que pasa al darla de comer.
Es entonces cuando una compañera que acaba de empezar a trabajar en el hospital me pregunta si no hacemos nada. Y digo HEMOS HECHO, ESTAMOS HACIENDO Y VAMOS A HACER TODO LO QUE TENEMOS QUE HACER. AHORA ES TIEMPO DE CONTINUAR CURANDO (pero cogiendo el origen latino que viene en la RAE de cuidar) Y ACOMPAÑAR.
Al final tras nueve días en el hospital con unos cuidados y unas curas como los que se hacen en la residencia, y tras hablar casi todos los días con la hija (pilló un fin de semana por en medio), María volvió, como habíamos quedado, a su residencia en lunes. Allí falleció tras una semana, bien cuidada, atendida y acompañada, como en muchas residencias saben hacer.
Es el día a día en agudos del hospital. Ambulancias sin parar, protocolos de Urgencias encarnizadores. Prolongación de agonías. Malgasto sanitario. Sanitarios quemados ante tanto sufrimiento evitable. Desgaste del personal para no ir contra la ética prolongando pésimas calidades de vida. Estancias hospitalarias inadecuadas. Falta de evaluaciones y mejoras en la atención al final de la vida. Ultra-catolicismo opusiano anti-eutanasia. Falta de comunicación y valentía ante la terminalidad. Falta de cultura del “no hacer” y del “menos es más”. Medicalización de la muerte por miedo a la judicialización. Un desaguisado que hace que los médicos terminemos odiando la medicina por encarnizadora y poco humana.
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