Quizás cuando los aplausos de las ocho cesen ya podremos andar erguidos. Quizás entonces llegaremos a casa y abrazaremos a nuestros hijos. Quizás nuestra pareja volverá a ser amante y los besos dejaran de ser fugaces para permitirse ser traviesos.
Quizás cuando los aplausos de las ocho ya no se oigan, tampoco oiremos nuestro propio miedo. El miedo a traer el enemigo a casa. Quizás podamos aparcar la tristeza; la que bebemos de tantas familias, la que tapamos con sábanas en tantos rostros.
Quizás cuando los aplausos de las ocho sean recuerdo, ya no le dolerá la espalda a la limpiadora, y las auxiliares volverán a ser dueñas de sus horas. Quizás los festivos vuelvan y dejemos de estar atrapados en una única hora, siempre laborable.
Quizás cuando los aplausos de las ocho sean olvido, podremos volver a correr y sentir el viento golpeándonos libre en la cara. Podremos oler el mar y hundir la nariz en el pelo de nuestros hijos. Quizás entonces los espejos vuelvan a existir y nos devuelvan algo parecido a nosotros mismos.
Quizás cuando los aplausos de las ocho ya no resuenen en la memoria, será el momento de preguntarnos si queremos volver a ir desnudos a la batalla. Preguntarnos si queremos que en la próxima guerra sea nuestro coraje el único escudo. Quizás entonces debamos quitarnos la mascarilla y abrir la boca.
Volver a tener boca. Y gritar.
Y entonces sí, cuando nos escuchen, volverá a haber aplausos.
Los nuestros.
Leire Narvaiza
Preciosa y honesta reflexión. Gracias.
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Gracias Leire , tu quizás fue un soplo de aire
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