Retomamos quizás el apartado que más ilusión me hace, que es #GeriatriaCultural. Y en este mes en que se acaba de celebrar el dia mundial del Alzheimer es un placer tener como colaborador a un amigo como es Eloy Rodríguez, compañero de muchas charlas de cafetería universitarias, y también unas cuantas fiestas, porque negarlo, y actual neurólogo de la unidad de deterioro cognitivo del hospital Marqués de Valdecilla y colaborador de la siempre interesante página de Facebook sobre deterioro cognitivo del hospital santanderino.
Hace unos meses, un viejo amigo y compañero de fatigas en la carrera, me honró con la petición de elaborar una reseña cultural para su blog de Geriatría, coincidiendo con el día Mundial del Alzheimer. No es que uno sea el mejor candidato para hacer reseñas de cultura, pero bueno lo intentaré.
Lo de escribir nunca fue lo mío, pero afortunadamente el destino me trajo la oportunidad perfecta, allá por el mes de Abril, durante la reunión anual del Global Brain Health Institute (www.gbhi.org) que tuvo lugar en Barcelona. Más de 200 personas, todos profesionales venidos de todos los rincones del mundo e implicados de las más diversas maneras en la investigación y el tratamiento de la demencia, nos reunimos en Barcelona para coordinar esfuerzos. Una de las actividades lúdicas programadas era una obra de teatro, “André y Dorine”, de Kulunka teatro, que se representaba en el Espai Maragall, en Gavà. Siendo sinceros, era ya el segunda día de reunión, con maratonianas sesiones, y uno estaba cansado y con ganas de pasear por Barcelona en lugar de seguir entre cuatro paredes. Pero bueno, el deber manda y allá fuimos.
André y Dorine son una pareja de ancianos muy común: los años juntos han vuelto el día a día monótono y aburrido, con poco que hacer más allá de sus pequeños hobbies, con sus paredes llenas de recuerdos de tiempos más felices y con un hijo demasiado ocupado para pasar algo de tiempo con ellos. Una familia normal, como muchas. Pero un día la convivencia empieza a verse sacudida por pequeños y cada vez más frecuentes sucesos que alteran la convivencia. Así, alternando escenas cotidianas y “flashbacks” de sus primeros años juntos, vemos como todo se va precipitando y se llega al diagnóstico de la terrible enfermedad del olvido. Poco a poco, a medida que la enfermedad muestra su cara más desgarradora, la vida de la pareja cambia por completo.
Hasta aquí, puede sonar a una obra de teatro más o menos convencional, que nos cuenta las desgracias que produce el Alzheimer. Pero esta obra va más allá, no solo sorprende la puesta en escena, o por su capacidad para plasmar de forma extraordinariamente acertada y fiel la enfermedad, sus síntomas y su repercusión en los afectados, enfermos y familiares, sino que además lo hace sin decir una sola palabra, transmitiendo un sinfín de emociones solo con gestualidad. Pueden creerme si les digo que todas las personas que allí fuimos, la mayoría curtidos por años de trabajo diario con estos dramas, nos emocionamos profundamente. Así lo atestiguan los cinco minutos de aplausos puestos en pie de todo el público y la cantidad de pañuelos de papel desenfundados.
Mi sincera opinión es que esta obra debiera ser obligatoria, que todo el mundo tendría que verla, especialmente nuestros políticos. Porque es importante concienciar a nuestra sociedad de que esto sucede a diario, y que nos puede pasar a cualquiera, y que no es solo cosa de viejos, y que tenemos que hacer algo (léase un plan nacional contra la demencia) porque si no el tren nos va a arrollar. Porque siguen siendo Dorine, y André, y María, y Juan, y Dolores, y Juana, y Eloy, y Oscar…
Eloy Rodríguez Rodríguez
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