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Ante todo, no hagas daño.

O lo que es lo mismo, e incluso me gusta más: «Primum non nocere«. Es el título del libro autobiográfico escrito por Henry Marsh y que ha publicado la editorial Salamandra.

Encantada estoy de que el blog Hablando de Geriatría me haya invitado a colaborar. ¡Muchísimas gracias! Espero que os guste la obra elegida, para mí con muchos tintes geriátricos.

¿POR QUÉ LO RELACIONO CON LA GERIATRÍA? POR TRES RAZONES:

La primera es que es un escrito autobiográfico de un médico -neurocirujano para más señas-, así que, obviamente, «va de Medicina». Y la Geriatría es una de las  especialidades en las que uno puede ejercer de médico al 100%, en el sentido más amplio de la palabra. Geriatría = Medicina.

La segunda es que realmente habla de situaciones frecuentes en Geriatría, como cuento más adelante.

Y la tercera es que el autor escribe al final de su carrera profesional, no es ningún jovenzuelo;  y deja vislumbrar en algún pasaje que es consciente de que, no dentro de mucho tiempo, podrá padecer cualquiera de las situaciones que le lleven a ser un paciente geriátrico [Inciso: porque un paciente geriátrico no es tal por su edad, sino por reunir una serie de características].

El autor demuestra su humildad cuando, en uno de los primeros capítulos, habla de descubrir los límites de la generosidad humana al explicar el trabajo de auxiliar de geriatría con ancianos dependientes; trabajo que había desempeñado durante sus años de estudiante. Se refiere con especial admiración al enfermero jefe de la unidad, «de paciencia y amabilidad increíbles con los internos«. Hablamos del Londres de los años 70, y del libro se deduce que la Geriatría ya estaba bastante bien desarrollada: tanto como para contemplar la terapia ocupacional, con balones al aire libre,  en los escasos días de sol londinense («las caras de muchos pacientes estaban rojas, puesto que la mayoría tomaba el antipsicótico Largactil, que es fotosensibilizante»). Hay muchas anécdotas referidas a esa época como auxiliar de geriatría, y es especialmente curiosa la crítica ironía con que cuenta que, el día que venían los inspectores, quitaban el pijama a los ancianos (que siempre llevaban, para hacer más fácil el cambio de pañal y los lavados) y les vestían de traje («algunos de raya diplomática«).

El conocimiento que tiene Henry Marsh del paciente anciano y su idiosincrasia queda también patente en un capítulo en el que habla del diagnóstico de un glioblastoma multiforme en un anciano. Como jefe que ya era el autor, pregunta a los residentes cuál es el factor más determinante extraido de la anamnesis y exploración física… ante los titubeos de sus pupilos, destaca que «lo más significativo era que no tuviese parientes. Jamás volvería a casa, porque no sería capaz de cuidar de sí mismo«.

En el libro, el autor reflexiona mucho sobre la muerte. Lo que sobrecoge, a lo largo del escrito, es cómo es lo suficientemente honesto para poner sobre la mesa los errores cometidos a lo largo de su carrera, errores que en ocasiones condujeron a muertes evitables. No sé si muchos médicos seríamos capaces de plasmar nuestros fallos de esa manera: ¡valiente, sin duda!

En definitiva, esta obra tiene un gran «poso» geriátrico y humanista. Y, como quien cata un vino, diré que también tiene «entrada en boca» de humor inglés, «notas de madera vieja» de medicina de hace unas cuantas décadas, el «retrogusto amargo» en tantas ocasiones inherente a esta profesión, y todo ello con la «frescura frutal» de una prosa sencilla y entretenida para cualquier lector.

Y concluyo con una de las afirmaciones del autor que me ha hecho reflexionar: «Es imprescindible que los médicos rindan cuentas; porque el poder corrompe«. ¿Estáis de acuerdo?

Sara Murias Loza – Un Fonendo en Villamocos